IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El terreno abonado para el horror prende con un líder psicópata carismático

Es una de las frases que te sueltan estos días los que van de analistas profundos por la vida: «El problema no es Putin». La impunidad con la que se repite esa cantinela no sería la misma ante alguien que dijera en plena Segunda Guerra Mundial: «El problema no es Hitler». Como no sería la misma tampoco ante quien, hablando de la colectivización soviética de la agricultura que, entre 1932 y 1933, causó la Hambruna Roja y la muerte de cuatro millones de ucranianos, dijera a estas alturas: «El problema no era Stalin». Creo que nadie duda de que en ambos escenarios y momentos históricos había ya un terreno abonado para hacer posibles esos genocidios que sacudieron de manera ilustrativa el siglo XX, así como un considerable número de esbirros que los llevaron a la práctica por miedo, por fanatismo o por ese mediocre, burocrático y banalmente maligno sentido de la obediencia que diagnosticó lúcidamente Hannah Arendt en ‘Eichmann en Jerusalén’. Como creo también que nadie duda de que el papel del psicópata carismático como inspirador y líder de ese tipo de holocaustos es determinante e indispensable. Nadie duda, en fin, de que el problema fueron, en efecto, Hitler y Stalin, como hoy el problema es Putin.

Sí. El caldo de cultivo, el campo abonado para el horror que constituía una Rusia educada en la miseria moral y física del comunismo, con una población que triplica la española pero tiene la tercera parte de nuestra renta per cápita, necesitaba un jefe para consumar el desastre, un solo sujeto entre 150 millones y esa fuerza de la voluntad, o de la necedad, que llevó a los alemanes a la ruina y les impidió salir de ella a los rusos de ayer.

El problema es Putin. Pero, yendo más lejos de la irritación que puedan causar los que lo niegan y tratan de dejarte de superficial, de desinformado y poco menos que de frívolo, bajo esa matraca que desmiente lo obvio subyace una seria pregunta de dimensión antropológica que merece una reflexión: ¿hasta qué punto un solo sujeto puede modificar la Historia y movilizar a millones de seres? ¿Es ese individuo el que logra por sí mismo una modificación y una movilización semejantes o es un producto de la sociedad de la que surge, una fatal consecuencia colectiva que cae como un fruto maduro y que inspira esa manida frase de ‘si no hubiera un X habría que inventarlo’? Si no hubiera habido un Hitler ni un Stalin no habría habido en absoluto que inventarlos. El siglo XX podría haberse pasado perfectamente sin ellos y sin el empujoncito que le dieron a la desdicha colectiva. Como el siglo XXI podría pasar sin un Putin. De verdad que no nos habríamos perdido nada, ni nosotros ni los ucranianos ni los rusos.