IGNACIO CAMACHO-ABC   

La estrategia de ganar tiempo en Cataluña ha sido un fracaso y su reiteración empantanará la crisis en un marasmo

SIN necesidad de recurrir al topicazo del dinosaurio de Monterroso, es menester asimilar que el de Cataluña va a seguir instalado en 2018 como el problema esencial de España. Y que continuará influyendo sobre todos los demás, bloqueando el desarrollo de la legislatura y entorpeciendo, como se ha demostrado en el último trimestre de 2017, una recuperación económica más o menos bien encarrilada. Aunque los grandes juicios de la corrupción –Gürtel, EREs o Bárcenas– proporcionen sobresaltos políticos y horas de debate, la clave de la estabilidad nacional se centrará en la cuestión catalana, cuya salida permanece obstruida por el triunfo electoral de un soberanismo dispuesto a persistir por cualquier medio en su matraca. Todo análisis de estrategia debe partir de la idea de que se trata de una crisis mal resuelta, atravesada en la carretera de la vida española como un camión en llamas. 

El gran error gubernamental del año pasado fue el de minusvalorar la tenacidad recurrente del independentismo. Todo lo que sucedió en octubre estaba anunciado y previsto, pero una especie de pensamiento mágico, de exceso de confianza o de ilusorio optimismo abocó al Estado a enfrentarse a última hora a un dramático panorama conflictivo. Ahora ya no hay coartada para ignorar que los separatistas llegarán tan lejos como les sea permitido. Sus manifiestas divergencias internas no les van a impedir aliarse en el común objetivo de sacudirse cuanto antes el corsé institucional del artículo 155. 

De momento nos espera un monumental sainete en enero, con la propuesta de investidura de un candidato prófugo o preso. Va a ser un episodio surrealista en el que la Justicia tendrá un protagonismo primordial para evitar la perversión del reglamento. Más allá de los recursos que correspondan poco podrá hacer el Gobierno, cuya esperanza reside en el colapso del trámite parlamentario hasta forzar la repetición de las elecciones… con el riesgo verosímil de que produzca un resultado idéntico. El fiasco de diciembre ha provocado en el constitucionalismo una sensación de desconcierto, un impasse en el que nadie atisba otra salida momentánea que la de ganar tiempo. Al menos hasta que los tribunales sentencien la insurrección de octubre y descabecen el proceso. 

Pero esa táctica ya está derrotada y su reiteración conduce al fracaso. La incomparecencia o la espera no sirven más que para estimular a un nacionalismo decidido a huir hacia adelante por el mínimo resquicio que le deje el Estado. Y el tiempo muerto actúa en contra de los intereses de España, cuyo crecimiento empieza a sufrir síntomas de desmayo. Mientras la iniciativa la lleven los independentistas, el futuro del país permanecerá atascado. Es hora de políticas audaces para acabar con este eterno marasmo. Hallaré un camino o lo abriré, decía Alejandro Magno; un tipo que nunca tuvo vértigo para ejercer el liderazgo.