LUIS HERRERO-ABC

  • ERC sale hecho papilla: sólo puede elegir entre coyunda con el PSC o respaldo a la investidura de Puigdemont o repetición electoral

Es verdad que la peculiaridad de los territorios, cuando se trata de analizar conductas electorales, aportan una información valiosa de la que carecemos los que no somos indígenas. Yo no soy catalán, sino valenciano de la parte limítrofe con Tarragona, y no estoy muy puesto en los hechos diferenciales que les hacen ser como son y pensar como piensan. Lo que sé de ellos es lo que me dicta mi experiencia: que son tan serios que rara vez se toman a broma y que tienden al pragmatismo con el mismo carácter indefectible con que la polilla se acerca a la luz. Ser serio es algo bueno porque su antónimo es la frivolidad, pero llevarlo al extremo es mal negocio porque la seriedad excesiva todo lo solemniza, empezando por la propia identidad. Muchos de los catalanes que yo he conocido se dan tanta importancia a sí mismos que su medida empequeñece lo que les rodea.

Esta peculiaridad puede explicar lo que ha sucedido en las urnas y ayudarnos a anticipar los acontecimientos inmediatos. El independentismo está a la baja. Esa es la corona de laurel que Sánchez se ha colocado a sí mismo para premiar su apuesta por los indultos y la amnistía a los caudillos del ‘procés’. Por primera vez en muchos años, la suma de los partidos que promueven la ruptura con España se ha quedado por debajo de la mayoría absoluta. Aunque el dato es correcto, su significado es equívoco. Lo cierto es que la independencia no estaba en el escaparate de la campaña. Ningún partido había planteado esta cita electoral, a diferencia de las anteriores, como un acto plebiscitario o un referéndum encubierto. Lo que flotaba en el ambiente es que ahora tocaba valorar la gestión del Gobierno en solitario de Aragonés, a la espera de momentos mejores para volver a las andadas. Y el resultado, desde ese punto de vista, ha sido abrumador: ERC sale de la escaramuza hecho papilla. Ni ha sabido rentabilizar su influencia en Madrid (porque Junts le ha madrugado la medalla de la amnistía), ni ha sido capaz de mejorar el día a día de sus conciudadanos. Ahora sólo puede elegir entres tres caminos posibles: o coyunda con el PSC o respaldo a la investidura de Puigdemont o repetición electoral.

Junqueras, de momento, ya parece haber descartado la aventura del tripartito, que era la única suma aritmética que garantizaba un gobierno autonómico estable. Apuntalar al PSC y dejarle la exclusiva soberanista a un Puigdemont renacido sonaba a disparate suicida. Hagamos bien los números: sin el voto favorable del PP Illa no supera la cifra de escaños que suman ERC, Junts y la CUP. Así que o volvemos a las urnas, con los independentistas aderezados con los penachos de guerra, o los socialistas permiten que Puigdemont sea investido por mayoría simple para presidir un Gobierno en solitario. Pincho de tortilla y caña a que, en cualquiera de los dos supuestos, el ‘procés’ resucita. Ya lo anunció el prófugo durante la campaña: «Hoy estamos mucho más preparados para aguantar un embate con el Estado que en 2017». No digamos que no nos avisó.