Ignacio Camacho-Abc

  • Sánchez ya no formula promesas rotundas. Conoce la factura que los socios radicales le van a exigir por su ayuda

Nos hemos reído todos mucho con esa estrambótica promesa de Yolanda Díaz de felicitar a todos los que alcancen la mayoría de edad con un cheque de veinte mil euros. Chistes, memes, coñas y tal: estos comunistas siempre regalando dinero ajeno. Y también hemos desdeñado, aunque algo menos, el anuncio de Esquerra de que pedirá un (otro) referéndum. Quizá porque casi todos, incluida la izquierda, pensamos que Sánchez y sus aliados no revalidarán mandato y que todas estas propuestas son brindis de campaña con la vaga esperanza de que piquen algunos ingenuos. Pero cuidado con el cachondeo porque si sanchistas y separatistas consiguiesen, por remota que parezca la posibilidad, voltear las encuestas y evitar el vuelco, estas ideas formarían parte sustancial de su programa de Gobierno. Y los precedentes de estos cuatro años invitan a tomar sus planteamientos muy en serio. De los indultos a la ley trans, de la derogación de la sedición al traslado de los etarras presos, no ha habido reclamación del consorcio radical que no se haya acabado cumpliendo.

La experiencia reciente deja poco lugar a dudas: habrá ‘herencia universal’ —léase dádiva clientelar— si la amalgama Frankenstein suma la masa crítica suficiente para sostenerse durante otra legislatura en mayoría relativa o absoluta. Y, por supuesto, habrá votación autodeterminista en Cataluña, disfrazada con el eufemismo de consulta, como parte de la factura que el separatismo pasará por su ayuda. Y todo lo que se les ocurra. Primero el PSOE se resistirá un poco, alegará dificultades presupuestarias o legales, según los casos, y tratará de alargar los plazos. Luego irá cediendo, preparará el argumentario, ablandará a la opinión pública con su aparato mediático y por último cederá de plano. El Ministerio de Hacienda diseñará un nuevo concepto tributario —para los ricos, claro— y el Tribunal Constitucional encontrará el sofisma jurídico que abra paso a la reclamación soberanista de un «nuevo encaje» en el Estado.

De momento, y por lo que pueda venir, el presidente ha preferido no pillarse los dedos con negativas rotundas. Escaldado por el rechazo a sus ‘cambios de opinión’, se cuida de pronunciar palabras tajantes como «siempre» o «nunca». Sabe que en el supuesto de que disponga de alguna oportunidad de sucederse a sí mismo, su partido tendrá una posición bastante más débil en la correlación de fuerzas del futuro Ejecutivo y dependerá aún más de sus mutualistas políticos, lo que significa en la práctica quedar a merced de sus chantajes, ocurrencias y caprichos, que en relación al independentismo pueden resultar especialmente delicados, por no decir críticos. Falta por saber si los votantes son también conscientes de que este escenario es el más optimista de los posibles para el sanchismo. Lo que ya nadie podrá alegar, visto lo visto, es desconocimiento o candidez para sentirse sorprendido.