La polémica sobre Aukera Guztiak ha provocado de nuevo en ciertos intelectuales algunas defensas del derecho de participación de quienes sostienen el crimen, con el argumento, en los casos más sofisticados, de que la integración política favorece la erradicación de la violencia. La experiencia democrática de casi treinta años ha negado totalmente esa tesis.
Hay un aspecto del problema vasco que ha empeorado notablemente en los últimos meses que es el creciente protagonismo político de ETA. Y me refiero a la recepción transigente que obtienen las apariciones de sus grupos políticos, a los debates que provocan, a la normalidad con la que deambulan por la vida política. ETA está casi derrotada policialmente, pero varios factores se conjugan con renovado vigor para mantener vivos los últimos rescoldos de su legitimidad.
El primero es, evidentemente, la actitud del nacionalismo vasco y su perversión política y moral de apoyo al brazo político del terrorismo, una posición de una gravedad extrema pues, sin ese apoyo, ETA habría desaparecido.
No nos engañemos; es la cobertura ideológica e institucional del nacionalismo dominante la que permite respirar aún al entramado terrorista. Porque, más allá de los asesinatos, la última tragedia del País Vasco es su incapacidad para aislar socialmente a los terroristas, y eso tiene unos responsables principales que son los partidos nacionalistas.
Ahora bien, lo anterior es sobradamente conocido y poco o nada queda ya por hacer para cambiarlo. Sí cabe intervenir en un segundo factor que es el del tratamiento recibido por el nacionalismo vasco en algunos sectores. Porque esa posición debería deslegitimarlo para ser un interlocutor o socio válido de cualquier partido democrático. Y, sin embargo, no es así. Todavía hay muchos para los que el problema es el «antinacionalismo», el «frentismo» o el «extremismo» de quienes denunciamos esa actitud y no las posiciones de los nacionalistas vascos. Lo intolerable no es la legitimación del terrorismo sino la denuncia de esa legitimación.
Esa miopía aguda está conectada con otro problema que es la incapacidad de una parte de los intelectuales para rechazar sin matices todo movimiento de colaboración con el terrorismo.
La polémica sobre Aukera Guztiak ha provocado de nuevo algunas defensas del derecho de participación de quienes sostienen el crimen, con el argumento, en los casos más sofisticados, de que la integración política favorece la erradicación de la violencia puesto que ésta es sustituida por la política.
Y lo dicen después de casi treinta años de una experiencia democrática que ha negado totalmente esa tesis. Y es que están aquejados de una ceguera histórica de base ideológica, ésa que siempre encuentra soluciones de integración para las violencias de extrema izquierda o nacionalistas y, sin embargo, acepta la tolerancia cero y la represión para violencias de otros signos ideológicos.
Y aún existe un cuarto elemento más coyuntural que ha agravado toda esta confusión, que es el error del presidente del Gobierno de los mensajes de diálogo hacia los terroristas.
Sobra el añadido de que el diálogo se producirá cuando renuncien a la violencia. Porque el presidente ya ha convertido a unos asesinos en interlocutores potenciales. Cientos de crímenes y años de terror no los arrojarán directamente al cubo de basura de la historia. No, aún podrán dialogar con el propio presidente del Gobierno.
Edurne Uriarte, ABC, 6/4/2005