Lorenzo Bernaldo de Quirós-
El impacto de los aranceles sobre las economías afectadas dependerá de su tamaño, de su apertura exterior y del volumen de sus intercambios comerciales
El programa económico de la Administración Trump contiene numerosas medidas positivas como la desregulación de los mercados, la reducción de la burocracia o la bajada de los impuestos. El aspecto negativo es su política comercial proteccionista mantenida por los demócratas durante la presidencia de Biden. Con independencia de cuánto elevará América los aranceles a las importaciones de terceros países, lo relevante es poner de manifiesto los costes del proteccionismo no sólo para los Estados que lo sufren o lo van a sufrir sino también para el que los impone, así como el riesgo de que ello desencadene una guerra comercial a escala global. Este ha de ser y es el centro del debate en estos momentos.
El relato a favor del proteccionismo en EE.UU. se resume en los siguientes términos. El mundo está dominado por el nacionalismo económico; el entorno abierto y competitivo descrito por los economistas librecambistas no existe. Mientras Estados Unidos se ha regido durante décadas por las reglas del libre comercio, los gobiernos extranjeros se han aprovechado de ello. Han apoyado y apoyan a industrias específicas con subsidios y protegen sus mercados de la competencia externa. El resultado es un desequilibrio injusto y dañino para la economía estadounidense. Ante ese panorama. América ha de actuar como los demás y gestionar el comercio internacional en su beneficio. Si no protege sus mercados, el déficit del comercial se disparará cada vez más, el país se desindustrializará y se destruirán para siempre millones de empleos.
Ese enfoque es erróneo y para entender por qué es conveniente recordar un axioma macroeconómico básico, el de la identidad contable de la balanza de pagos. Desde los años ochenta del siglo pasado, EE.UU. tiene déficits persistentes en su balanza por cuenta corriente pero no por la competencia “desleal” de nadie, sino por una sencilla razón: gasta e invierte más de lo que produce. Ahora bien, ese saldo deficitario se ve compensado por un superávit en la balanza de capital y ello se traduce en un equilibrio en las transacciones internacionales realizadas por los América. En consecuencia, las barreras arancelarias no resolverán el problema del desequilibrio de la balanza por cuenta corriente en tanto el gasto norteamericano sea superior a la producción de bienes y servicios.
Para los proteccionistas, eso se resuelve introduciendo aranceles. Con ellos, las empresas aumentarán su producción doméstica al verse privadas de la competencia foránea. Sin embargo, esto es un argumento falaz y no se está respaldado ni por la teoría ni por la evidencia empírica. Si los bienes y servicios nacionales e importados o los inputs necesarios para fabricar los primeros no pueden sustituirse con facilidad y rapidez, el aumento de los precios de importación eleva los costes de producción de las compañías y erosiona el poder adquisitivo de los hogares. Esto afecta de manera negativa al consumo, a la inversión y al empleo y, por tanto, al crecimiento del PIB. Esos efectos adversos se ven reforzados si las exportaciones norteamericanas se ven reducidas porque los países a quienes se grava con aranceles hacen lo mismo con las importaciones procedentes de USA.
El impacto de los aranceles sobre las economías afectadas por ellos dependerá de su tamaño, de su apertura exterior y del volumen de sus intercambios comerciales con USA. Obviamente, el daño será mayor para aquellos cuyas relaciones comerciales con América tienen un peso significativo, Méjico y Canadá son dos casos emblemáticos. Pero también golpeará a los que pese a tener una menor exposición directa, están parcialmente integrados en las cadenas globales de valor, por ejemplo, muchas economías de Asia Sudoriental. A priori, sólo unos pocos Estados con escasa exposición al que introduce aranceles pueden salir ganando como resultado de una mayor competitividad en terceros países.
El libre comercio es un determinante básico del crecimiento de la productividad y, por tanto, del incremento del PIB potencial. La competencia internacional y los beneficios que proporciona la dimensión del mercado fomentan una asignación más eficiente de la mano de obra y del capital entre los sectores y entre las empresas
Además de los factores cíclicos a corto plazo, la deriva hacia un orden internacional proteccionista tiene importantes efectos a largo plazo. El libre comercio es un determinante básico del crecimiento de la productividad y, por tanto, del incremento del PIB potencial. La competencia internacional y los beneficios que proporciona la dimensión del mercado fomentan una asignación más eficiente de la mano de obra y del capital entre los sectores y entre las empresas. Esto incentiva la innovación y, con ella, la productividad. Esta tesis se ve sustentada a escala micro. Las compañías que exportan más son más productivas y pagan salarios más altos que las no exportadoras en el mismo sector de actividad.
Existe un claro peligro de que se desencadene una guerra comercial global cuya experiencia más reciente fue la librada en las décadas de los años veinte y treinta de la pasada centuria. De sus desastrosos resultados es preciso extraer algunas lecciones. Cuando estos episodios comienzan no hay forma de predecir ni su evolución ni su final. Es fácil adoptar una medida proteccionista con la intención de mejorar la posición propia o para establecer una base para futuras negociaciones. Pero una vez introducida es muy difícil eliminarla en el corto plazo y, además, tiende a desencadenar una espiral de represalias de alcance imprevisible. Por eso nunca hay ganadores en las guerras comerciales.
La producción y el comercio mundiales han crecido más rápidamente cuando las condiciones comerciales eran más liberales, a finales del siglo XIX y en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. La apertura económica y la máxima exposición posible a la economía mundial a través de la libertad de comercio conducen a un rápido desarrollo económico benéfico para todos. El proteccionismo produce los efectos contrarios.