ABC 31/05/16
EDITORIAL
DESDE que el PSC impulsó de la mano de Rodríguez Zapatero una reforma del Estatuto de Cataluña que luego fue tumbada por el Constitucional, la deriva de esa formación le ha conducido a una pérdida de identidad alarmante. El PSC continúa inmerso en una profunda crisis de liderazgo y valores en la medida que sigue sin resolver si su alma es soberanista o no, y si le conviene mostrar tanta comprensión hacia el independentismo, para desánimo de buena parte de la militancia socialista. Tras haber incluido el derecho a decidir en su programa durante años, el PSC lo rechazó en la pasada campaña autonómica. Los tumbos ideológicos son ya rutina en un partido cuyos conceptos sobre la unidad de España, el federalismo o los límites de nuestra Constitución son muy diferentes a los que los socialistas plantean desde Andalucía, Extremadura, Madrid o Asturias.
La presencia de Miquel Iceta en una manifestación contra el Tribunal Constitucional por haber anulado lo que el secesionismo catalán denomina «leyes sociales» es incomprensible. Y el aval que ayer le dio Pedro Sánchez evitando cualquier desautorización, más aún. Manifestarse de la mano de quienes quieren romper España –o bajo pancartas de «Adiós TC»– solo presume complicidad con quienes han hecho de la desobediencia a las sentencias y del desacato moral a la ley un modo de vida: el del enfrentamiento al Estado de Derecho. El TC es el máximo intérprete de la Carta Magna, y en él hay un alto porcentaje de magistrados propuestos por el PSOE. Oponerse a resoluciones del TC es lícito, pero manifestarse para exigir su disolución, como proponían algunos de los organizadores de la marcha, es un error sin matices. La ambigüedad, la falta de un criterio sólido sobre la unidad de España y la fractura interna han convertido a un partido que fue de gobierno en un ente casi residual, al que apenas le restan fuerzas y credibilidad para evitar ser absorbido por la versión catalana de Podemos.