ESTE fin de semana, y en un programa de mucha audiencia, entrevistaron a un exasesino llamado Josean Fernández Hernando en la televisión pública catalana. Entre los crímenes de este hombre está el de un comerciante (él prefirió llamarle chivato), al que mató para que el País Vasco fuera libre. La entrevista duró 40 minutos. El exasesino insistió mucho en que el llamado relato sobre los crímenes de ETA no podía tener una verdad sino muchas verdades y que cada uno debía decir la suya. Él, sin embargo, se mostró algo pudoroso con la propia. Cuando la locutora mencionó que había asesinado a un comerciante contestó que eso es lo que había dicho la policía, mientras sonreía y hacía sonreír a su interlocutora. La entrevista tuvo gran interés. Casi no hubo zona de la inmoralidad nacionalista, política o periodística que no fuera exhibida. Y despejó cualquier duda sobre la existencia del delito político. Hay personas de buena fe que niegan que exista en democracia. Y que, en consecuencia, niegan que pueda haber presos políticos. Es un grave error. La política mata, como matan el sexo o el dinero. Si esto se asumiera hasta el fondo serían imposibles obscenas ceremonias como las de la otra noche. Porque durante la larga conversación el ex asesino Fernández no solo no dio muestra alguna de arrepentimiento –eso, aunque brille, es poco importante–, sino que no la dio tampoco de responsabilidad. Lo que él llamaba sistemáticamente acciones fueron solo la consecuencia inevitable de un contexto determinado. Un contexto que obligaba y que por lo tanto es imposible que generase arrepentimiento. Yo iba oyéndole y no dejaba de pensar en el psicópata sexual. Es decir, en la imposible posibilidad de que TV3 trajera la semana próxima otro Fernández al estudio y allí empezara a decir que sus impulsos, o sea, el asesinato y violación de mujeres, fueron fruto de las circunstancias. (La única diferencia entre los psicópatas políticos y los sexuales es que donde uno dice circunstancias el otro dice contexto). Cuenta y resultado, en fin, de la nube negra que se instalaba en su cabeza algunos anocheceres y que lo sacaba inexorablemente a las calles en busca de aire y sangre fresca. Y que no tenía sentido arrepentirse porque las circunstancias habían sido obligatorias. Y que si no sentía la necesidad de pedir perdón no se le podía exigir que lo pidiera, como con tan claridad estaba diciendo nuestro Josean Fernández.
Las entrevistas a psicópatas son delicadas y no se puede generalizar sobre su conveniencia. Caso a caso. Pero es intolerable que la política ennoblezca la psicopatía y aún más que no figure entre sus preferentes relatos.