JOSÉ FÉLIX PÉREZ-ORIVE CARCELLER, ABOGADO
UN partido político es una suma de valores y medidas. En los de derechas, esos valores no aspiran a incrementar nuestros ingresos netos; sino más bien a defender principios: orden, familia, igualdad de oportunidades, estado del bienestar o unidad como nación. Ante tal diversidad de valores, las medidas para lograrlos han de ser unas veces liberales y otras socialdemócratas…, con el hilo conductor de un capitalismo controlado.
Los valores de la izquierda son otros: felicidad colectiva, igualdad de resultados más que de oportunidades, estado del bienestar aunque sea deficitario, flexibilidad en la aplicación de la ley y el orden, progreso más conceptual que real. Dichas aspiraciones, a veces se apoyan en modelos de libre empresa, y otras frivolizan con la unidad del país o hacen puenting en los extremos del sistema.
Pero además de «valores» y «medidas», los partidos cuentan con «votantes» y «bases». Y mientras que la derecha dio prioridad en los pasados comicios a lo que pensaban sus votantes –algo de cajón–, los socialistas se la concedieron a sus afiliados. Por si no lo había dicho: los votantes, por lo general, apuestan más por los valores y las bases se encandilan con las medidas.
Plantearse qué tiene que hacer la izquierda democrática para gobernar en España es esencial, y después de dos comicios fallidos el ser más de izquierdas que nadie, parece ser renunciar a ganar. El éxito presupone riesgo y en política ese riesgo es aceptar costes de imagen por incorporar ideas del adversario cuando son pertinentes. La teoría de la navaja de Ockham (que rasuró las barbas al idealismo), lo predicaba así: ante determinadas decisiones, la opción más aconsejable es la opción más sencilla.
Hace poco escuché a un consejero de la Junta de Andalucía decir que no cejaría en su trabajo mientras que hubiese un andaluz en paro; empeño exigente después de décadas de medidas impositivas a los depósitos bancarios, a los hidrocarburos, etc., que no les han sacado de la atonía. El aspirante a eterno consejero debería saber que las empresas no pagan impuestos, las empresas los recaudan y cuando las gravan en exceso los repercuten al cliente o los compensan reduciendo dividendos o inversiones, algo incompatible con el fomento del trabajo que pretenden. Sus posibilidades de éxito serían mayores si reconocieran que su prioridad es el valor del pleno empleo (valor de izquierdas) y que la forma de conseguirlo no tiene por qué ser siempre socialista.
Se habla de la superioridad moral de la izquierda, y acaso sea la única con la que cuenta. La izquierda, con el paso del tiempo, se ha convertido en un intermediario. Sus bases traducen a derechos aquello que la derecha produce. Cuando la derecha le ha llenado la hucha, las bases de la izquierda exigen romperla. Después de un tiempo repitiendo la jugada, la derecha ha aprendido la lección saltándose al intermediario: Para que la izquierda me rompa la hucha, la
rompo yo. Romper la hucha o derramar mercedes no es difícil si hay cosas que repartir. Así, la izquierda, que hace tiempo abandonó su tensión creativa, se va quedando sin espacio (no sin mercado: necesitados habrá siempre), ya que a los conservadores, ese espacio socialdemócrata les resulta cada vez más práctico para perfeccionar sus ideas (ahora frenan más desahucios que nadie) y autoinmunizarse de sorpresas. Ante situación tan invasiva, la izquierda no aprende y, en vez de volver a orientarse hacia la producción de riqueza, que le dio sus grandes éxitos, crea derechos a mayor ritmo, rompe la hucha antes y se acerca al populismo.
¿Alguien imagina por un segundo que la vacuna de la hepatitis C, el Iphone, los biocombustibles…, podrían ser secuelas de gobiernos que hacen del gesto zapateril, la improvisación sanchista, o la barbarie de las redes sociales podemitas, una forma de hacer política? No, la aportación actual de la izquierda al progreso no es contributiva sino reivindicativa: exigencia de disponibilidad inmediata de la vacuna, o del Iphone para los escolares o gratuidad en la energía. Ideas interesantes, pero al alcance de cualquiera. El pragmatismo de la derecha europea en los últimos treinta años ha hecho suyos, sin ñoñerías, postulados tildados de «progresistas». La alienación de una parte de la izquierda, mediatizada por la extinción de su votante obrero tradicional, ha impedido corresponderla con parecida flexibilidad a excepción, tal vez, de la exitosa doctrina de Deng Xiaoping y los gatos de colores.
Las bases jóvenes de la izquierda democrática deberían admitir que si pierden elecciones ha de ser por algo, y que para definir ese algo, escuchar a los votantes e interpretar sondeos es más práctico que perorar en las agrupaciones locales o en las Casas del Pueblo. No aceptar los consejos de las urnas, no dimitir con los fracasos, refugiarse hacinadamente en un cubículo ideológico para fumadores junto al barranco, solo empeorará las cosas. Si la creación de puestos de trabajo es la que es, calificar por norma y con desdén al empleo de precario o amenazar con abolir la reforma laboral, es indisponerse con el sentido común y cada vez con más gente. La ecuanimidad, aun en tiempos de populismos, es clave para que se respete a un partido político y esencial para su recuperación.
El PSOE, en su próximo congreso, debería rechazar los mitos de barricada de que «la eficacia es capitalista», y «la derecha satánica»; pensamientos implícitos en el vocerío de muchos de sus afiliados. Deberían tomar nota de algo que repito: ahora el votante tiende a evaluar a sus candidatos de primarias menos en términos de las acciones que prometen y más en términos de los principios que cada uno representa. Redefinir el PSOE, por otro lado, no es disfrazarlo de derechas, ni cambiarlo de valores, es hacerle más práctico con sus medidas. No va a ser fácil y ¿qué quieren que les diga?: el asunto pinta mal.
Para que el PSOE vuelva a gobernar ha de recuperar la posición, como en el baloncesto, y convertirse en un eje pivotal fiable alrededor del cual giren y consensuen todos los demás. Calcificarse en un lado de la pista, porque ser de izquierdas agote su definición como colectivo, le alejará de ese propósito. El PSOE es mucho más que un partido de izquierdas, es la médula de nuestro bipartidismo y de nuestra estabilidad.
Ignoramos quién se impondrá en el PSOE, la gestora o una parte de las bases, pero desconocemos aún algo más importante: ¿Cuántas derrotas electorales necesitará para volver a ser el que era?