Ignacio Camacho-ABC

  • La ruptura entre el socialismo histórico y el nihilismo ideológico que encarnan Sánchez y sus leales enfrenta al Partido Socialista a un escenario crítico

El Partido Socialista ha emprendido un proceso de metamorfosis en el que corre el riesgo de sacrificar tanto su historia como su identidad ideológica. Figuras como Felipe González o Alfonso Guerra no son, simplemente, protagonistas de otro tiempo, sino que son los artífices de la definitiva consolidación del socialismo democrático en nuestro país. La renuncia al marxismo en el año 1979 y los esfuerzos activos para consolidar la Transición o para promover el europeísmo convierten a Guerra y a González en los verdaderos padres fundadores del PSOE contemporáneo. Por este motivo, las palabras que expresaron el pasado miércoles en el Ateneo de Madrid sacudieron los cimientos del partido.

Pedro Sánchez siempre fue un agente extraño dentro del partido. Su consolidación al frente de la formación socialista requirió de su salida y la forma en la que finalmente alcanzó la Secretaría General evidencia que su compromiso orgánico nunca tuvo que ver con una lealtad programática ni con unos robustos fundamentos ideológicos. El tacticismo, el cambio de opinión y régimen de vigilancia y control vertical dentro del partido han determinado una forma de liderazgo que siempre se ha ejercido en contra de la identidad tradicional del Partido Socialista. La desactivación de los órganos de deliberación interna, la promoción de perfiles cuya única virtud es la lealtad (aparente) y el irrestricto protagonismo de sus intereses personales han determinado su liderazgo personalista. La hostilidad contra Leguina o Redondo no son más que el síntoma de una forma de dirigir que ya resulta indistinguible de la propia figura de Sánchez. La guerra fría que ayer iniciaron los leales al sanchismo contra el socialismo histórico tiene un calado más profundo de lo que pudiera pensarse. De una parte, supone la dilapidación definitiva de una tradición y del patrimonio histórico pero, al mismo tiempo, constituye el enésimo escenario en el que exhibir la sumisión al líder. Nadie puede reconocer ninguna densidad ideológica en un secretario general que es capaz de afirmar una cosa y su contraria en apenas semanas. El PSOE de 2022 que votó en contra del uso de las lenguas cooficiales en el Congreso no puede ser el mismo que defiende de forma casi fanática la postura contraria sin lesionar su identidad. El transformismo de Sánchez, capaz de sostener que Puigdemont incurrió en rebelión para tiempo después absolverlo sirviéndose la gramática moral del independentismo ha colonizado por temor o conveniencia las conciencias de los diputados socialistas y de opinadores afines.

El patrimonio democrático del PSOE sólo podrá defenderse contra un presidente del Gobierno que es capaz de impugnar la labor del Tribunal Supremo desde Nueva York mientras ostenta la Presidencia Europea. Por este motivo, González, Guerra y quienes algún día creyeron y defendieron un socialismo democrático y constitucional tendrían que aprovisionarse del arrojo y del coraje moral suficiente y decidir si caben en este partido contrario a sus principios. Evitar que la arquitectura ideológica del PSOE salte por los aires es el mejor servicio que cualquier socialista cabal podría realizar por España y por su partido. Por eso, todos los ojos miran ahora a García-Page, el único barón con capacidad política real. Las grandes personalidades políticas se han fraguado, siempre, en momentos críticos y es ahora cuando el Partido socialista debe decidir si sacrifica su historia y su memoria o si, por el contrario, opta por volver a ser un instrumento imprescindible para la leal gobernabilidad de España respetando el imperio de la ley y preservando el cuidado de nuestras instituciones.