Cristian Campos-El Español
Cuando el PSOE dice ser el partido que más se parece a los españoles está suplicando en realidad que España se parezca al PSOE para hacer así más llevadero el trago de mirarse cada mañana frente al espejo. ¿Cómo pactar con Bildu en Navarra si no es convenciéndose de que la mayoría de los españoles haría lo mismo? ¿Si no es convenciéndose de que la mayoría de los españoles prefiere a un xenófobo vasco y catalán, e incluso a Arnaldo Otegi, antes que a Inés Arrimadas, Begoña Villacís o Luis Garicano?
De esta idea puramente putrefacta de los españoles, votada en las distintas elecciones generales de la democracia por un mínimo de un 22% de los españoles y un máximo del 48%, lleva viviendo el PSOE cuarenta años.
«Con Rivera no» le cantaron a Pedro Sánchez la noche del 28 de abril y Sánchez oyó «con cualquiera menos con Rivera». Pero, sobre todo, oyó «con cualquiera». Lo cierto es que el PSOE conoce bien a su electorado. El votante socialista odia más a PP y a Ciudadanos que a Bildu, ERC, JxCAT, el PNV o Unidas Podemos. Pero necesita que su partido finja rechazarlos porque algún pienso habrá que echarle a su superioridad moral para que carbure a pleno rendimiento.
Y lo que haga luego el PSOE en la práctica es secundario. La relación del votante socialista con lo factual es, aproximadamente, la misma que la de un nacionalista catalán con su república imaginaria. Con el aspaviento tiran.
La pantomima produce momentos hilarantes. Tan endebles son los nudos que atan la cosmovisión socialista que buena parte de la energía del partido se va en retorcer los hechos para que estos encajen en su alucinógena narrativa. El PSOE no es un medio para un fin sino un fin en sí mismo y si la realidad, terca ella, se rebela contra el dogma, se psoeiza la realidad a la fuerza.
El PSOE es un árbitro que salta al campo de juego y te sugiere cómo debe acabar el partido: 5 a 0 a favor de las fuerzas del bien. Y luego reinterpreta las reglas (¡no vale pactar con Vox, pero sí con Bildu y Podemos y ERC!), se inventa los penaltis (¡machista!) y se pasa por el arco del triunfo el VAR (¡sólo habrá paz con indultos!) para que la manita se haga realidad.
Son tantos los ejemplos de psoeización de la realidad de la última semana (Marta Flich, Manuel Valls, Emmanuel Macron, el feminismo del ISIS, el pacto en Navarra, el documental de Netflix sobre el caso de Alcàsser) que uno acaba sintiendo pena por ese rebaño de votantes pastoreado por sus sacerdotes no a golpe de moda ideológica, como creen algunos, sino por puro instinto de poder.
Que acaba apiadándose de esos votantes que siguen creyendo en la existencia de un partido llamado PSOE al que le sobran ya la S, la O y la E, y cuya P no es de partido, sino de Pedro.
Qué PSOE ni qué PSOE. El PSOE no existe, idiota.