PEDRO SÁNCHEZ arrasó en las primarias socialistas a lomos de un mensaje, entre jacobino y populista, orientado a anclar al PSOE en la izquierda. El objetivo era taponar la fuga de votos a Podemos y mantener la hegemonía en este espacio electoral. El secretario general de los socialistas fue irresponsable al empeñarse en una estrategia suicida que condujo a los suyos y a la formación de Gobierno a un callejón sin salida, pero su vuelta a Ferraz le permitió al PSOE recuperar fuelle. Medio año después, esta formación vuelve a dar síntomas elocuentes de incoherencia ideológica, descoordinación orgánica e incapacidad para marcar la agenda política.
El encuentro de ayer en Sevilla entre Sánchez y Susana Díaz volvió a evidenciar que el PSOE sigue siendo una organización sin coser. De puertas para afuera, la presidenta andaluza no dudó en ofrecer su apoyo al líder socialista. De fondo, persiste una herida cerrada en falso. La tregua entre la dirección federal y los barones ha sido eficaz para pacificar la disputa orgánica, pero no para definir la estrategia. El PSOE navega sin rumbo. Unos días abraza la ortodoxia izquierdista, con trasnochadas propuestas encaminadas a castigar a la banca. En otros se aviene a cumplir con el papel asignado a un partido con vocación de Gobierno, una exigencia que explica el respaldo a Moncloa para aplicar el artículo 155 y hacer frente al golpe separatista. Estos vaivenes erosionan al PSOE, atrapado entre la crisis catalana –que desplaza el eje político a la cuestión territorial– y su impotencia a la hora de introducir en el debate público asuntos como la desigualdad, la precariedad laboral o la merma del Estado del bienestar.
Javier Fernández le ha echado en cara a Sánchez sus antiguas críticas a los acuerdos que la Gestora socialista –de la que el presidente asturiano fue máximo responsable– rubricó con el PP. Es cierto que Sánchez, de forma demagógica, se arrogó en las primarias casi en exclusiva el papel de antídoto de Rajoy. Lo que no se entiende es que los mismos barones que vetaron cualquier acuerdo con Podemos –salvo para mantener algunos de sus sillones autonómicos– ahora recelen de un eventual acercamiento entre Sánchez y Rajoy, máxime teniendo en cuenta que la pugna entre PP y Ciudadanos les abre a los socialistas el caladero de centro.
El Partido Socialista debe aclararse. Lo debe hacer por su bien pero también por el de la Nación, que no puede permitirse que un partido que ha gobernado España durante más de dos décadas siga emitiendo señales de confusión en asuntos medulares como el modelo territorial. El futuro del PSOE pasa por estabilizar su situación interna y asentar un programa político nítido y reconocible en la centralidad socialdemócrata. De lo contrario, seguirá dando tumbos mientras contempla, tal como señalan todos los sondeos, la desmovilización del centroizquierda.