José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Otra vez aprieta la quijada, otra vez muestra el gesto fiero, otra vez desenvaina el alfanje para proceder a una purga feroz
Arrebatado de ira tras el monumental descalabro madrileño, Pedro Sánchez ha mudado de piel. El napoleoncito de la Moncloa se ha transformado en el Sleepy Hollow de Ferraz y se ha lanzado a cortar cabezas con un furor descompensado. Antes siquiera de pronunciar públicamente una palabra sobre el gran trompazo del 4-M, (lejos de él la funesta manía de la autocrítica) ha desatado la gran purga, una campaña de defenestración de disidentes, tibios, inútiles o simplemente algún desinformado que pasaba por ahí. Es un ejercicio que se le da bien. Incluso le satisface y hasta lo practica con tal fruición que se diría sadismo. Cuando recuperó su puesto en la secretaría general, en junio del 17, no perdió un minuto en arrasar con todos aquellos que en su momento se alinearon en las filas enemigas, por entonces lideradas por Susana Díaz que, finalmente, salió derrotada y condenada al exilio interior. No dejó títere con cabeza, no tuvo clemencia ni perdón. Algunos incluso se sorprendieron ante semejante ensañamiento. Lo sabían malvado pero no Pedro el cruel.
Otra vez aprieta la quijada, otra vez muestra el gesto fiero, otra vez desenvaina el alfanje para proceder a una gran limpia con la que sepultar la realidad de un revés sin paliativos, un ridículo monumental frente a esa que le decían ‘bobalicona’ y a la que tanto despreciaba. La gran depuración arrancó de muy malos modos, sin apenas mesura ni contemplaciones. Ángel Gabilondo, postrado en la cama de un hospital, se enteró por los trascendidos periodísticos de que, en contra de lo que él mismo había confirmado unas horas antes, no procedería a recoger su acta de diputado en la Asamblea madrileña. En una apoteosis de sadismo hipertrofiado, su jefe ni siquiera esperó a que le dieran el alta. «¡Que le corten la cabeza!», se escuchó por los pasillos de la Moncloa, en un griterío histérico y desapacible al estilo de la Reina loquita de Alicia.
¡Que les corten la cabeza! Pedro Navaja no tiene clemencia. Leguina, que acaba de cumplir 80 años, se ríe en su cara, le llama imbécil y le augura una pronta caída
El primero en caer había sido José Manuel Franco, secretario general de los socialistas madrileños y, por lo tanto, supuesto responsable máximo del batacazo del 4-M así como del escaso orden que reina en las filas de su demarcación. El PSOE de la región siempre ha sido una especie de gallinero tabernario, bullicio y tumultuario, un conciliábulo de envidias y traiciones, sin rastro alguno de armonía ni muestra siquiera de dignidad. Sánchez, cuando volvió al poder, rebanó un buen número de pescuezos que pululaban por allí. Ahora quiere más. Ha montado una gestora y se preparan linchamientos al amanecer. Las sogas están prestas, las horcas, bien montadas, y el patíbulo, listo para la función. Puede haber sorpresas y alguna víctima fuera de programa.
Como desquite rabioso también ha ordenado abrirle expediente a dos mentes lúcidas e independientes, dos veteranos del lugar, como son Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros, que tuvieron la gallarda debilidad de posar en una fotito con Ayuso durante la campaña. ¡Que les corten la cabeza! La reina de los corazones socialistas no tiene clemencia. Leguina, que acaba de cumplir 80 años, se ríe en su cara, le llama imbécil y le augura una pronta caída.
Una especie de ‘remake’ con vocación de exorcismo. Sánchez recuperó el control el PSOE tras destrozar en las primarias a Susana y ahora pretende recomponer su maltrecho mandato propinándole otro castigo
Tiene también cita con el verdugo Susana Díaz, la lideresa andaluza, todavía en pie, a quien acaban de montarle unas primarias para borrarla definitivamente del mapa. Una especie de remake con vocación de exorcismo. Sánchez recuperó el control el PSOE tras destrozar, en una agitada gresca interna, a Susana y ahora pretende recomponer su maltrecho mandato propinándole otro castigo. Esta vez, el definitivo. Pareciera tener la maldición de las Díaz. Una le vapulea en Madrid y otra le aguarda en Sevilla.
Está muy abierta esta pugna. Los hombres del presidente han designado al alcalde de la capital andaluza, un Juan Espadas, para doblegar a la intrépida sultana. Precisa Sánchez de una victoria urgente, un triunfo estruendoso que le devuelva en parte el brillo perdido, restaure el alicaído respeto y recomponga los resortes de su maltrecha autoridad. Acaba de perder esa pátina de invencible, esa aura de campeón invicto que le auguraba décadas de descanso en su colchón de presidencia. Poco tiene que temer, sin embargo, sobre su estabilidad a la cabeza de su declinante formación. Fue él quien se inventó lo de ‘un militante, un voto’ para cargarse a la vieja guardia felipista e instaurar una estructura de mando de ovina obediencia hacia el vértice del partido. Se ha rodeado de lerdos, pazguatos y pérfidos de servil actitud. Ni una crítica, ni un reproche, ni siquiera un desliz reticente se escucha en las filas de su oficialidad.
Susana ejercerá de ratoncillo para que entretenga a los tigres de papel mientras el sanchismo se recompone del topetazo. Primarias andaluzas en junio antes de las elecciones que adelantará Moreno
Iván Redondo, el gurú demediado, ha dirigido raudo los focos hacia Andalucía, lejos de Moncloa, de Pedro y del poder. Aquí no quiere líos. Susana ejercerá de ratoncillo para que entretenga a los tigres de papel mientras el sanchismo se recompone. Primarias en junio antes de las elecciones regionales que posiblemente adelantará Juanma Moreno, con el viento favorable de su impecable gestión. Otro escenario de derrota y dolor.
Los tiempos de placidez y bonanza en la Moncloa han terminado. Imposibilitados de señalar al verdadero culpable, todos los dedos (Calvo, Ábalos, Lastra…) apuntan ya sin miedos a Iván Redondo, convertido en un excelso virtuoso del patinaje. Sus resbalones de estos últimos meses han sido de estrépito. Illa perdió las dos sillas (la de ministro y la de president), Murcia le salió rana y Ayuso le madrugó la merienda de la moción al agilizar el despliegue de las urnas madrileñas. Antes gran gurú, ahora es el talón de Aquiles del presidente, la rendija por la que asoman sus pesadillas, el elemento más inestable del tingladillo del poder socialista. La historia se repite. Pregunten a Monago, si es que aún anda por ahí.
Los aduladores de Alejandro le hicieron creer que era hijo de Júpiter. Un día le hirieron y, al tiempo que miraba manar la sangre de su herida les espetó: «Y bien, ¿qué decís?. ¿No es acaso sangre roja y humana?». No era un dios. Sánchez se pensaba indestructible hasta que Ayuso le plantó un Zendal en la cabeza, luego se fue a una terraza y pidió una de berberechos. ¡Marchando!