La jornada comenzó con unas declaraciones de Felipe González, que aseguró en la Cadena Ser que se sentía «engañado» por Pedro Sánchez, porque éste le dijo el pasado mes de junio en un encuentro personal que en la segunda votación pasarían a la abstención «para no impedir la formación de Gobierno». Estas declaraciones fueron el pistoletazo de salida de un rosario de descalificaciones contra Sánchez.
La confrontación se transformó en un bombardeo contra el líder del PSOE y terminó con el hecho insólito en la democracia española de la renuncia de 17 miembros de la Comisión Ejecutiva –la mayoría de sus integrantes– para forzar la dimisión del secretario general antes del Comité Federal del próximo sábado. Sánchez se negó a abandonar el cargo y apeló a los estatutos del PSOE que, según sus partidarios, establecen que sólo un congreso extraordinario puede elegir una nueva dirección. Y aquél sólo puede ser convocado por un Comité Federal. Un enroque que le permite hacer frente a los barones y críticos a su gestión en el partido apelando a los militantes.
Lo que sucedió ayer fue un intento fallido de forzar a Sánchez a dimitir mediante un procedimiento que suscita serias dudas sobre su legitimidad. Estamos ante un hecho de una extremada gravedad que afecta al funcionamiento interno del PSOE, pero también a usos democráticos en este país. Porque España no puede permitirse tener al partido que más tiempo ha gobernado en democracia desangrándose en público, con sus líderes peleándose como si de un combate a muerte se tratase. Con sus sombras –la guerra sucia contra el terrorismo quizá sea la más grande– el Partido Socialista ha sido fundamental en el asentamiento de la democracia y en la modernización del país. Sus líderes han sabido concitar las ilusiones de millones de españoles que les han confiado tareas de Gobierno y, cuando los ciudadanos lo han puesto en la oposición, ha ejercido de forma respetuosa y leal este mandato. Por ello, los votantes del PSOE no se merecen el espectáculo que están dando sus dirigentes.
Este periódico es crítico con la postura de Sánchez de no permitir la gobernabilidad del país. Dijimos desde el resultado de las elecciones del 20 de diciembre que el mejor Gobierno para España era una coalición entre el PP, el PSOE y Ciudadanos y hoy en día nos mantenemos en esa posición. Recomendamos en su momento, incluso, que, por el bien de la democracia, Sánchez y Rajoy dieran un paso atrás ante la imposibilidad de formar un Ejecutivo estable. Pero una cosa es no estar de acuerdo con las posiciones adoptadas por Sánchez y otra, cuestionar su legitimidad, que es indiscutible.
Veremos lo que sucede en los próximos días, pero creemos que la continuidad de un PSOE centrado y fuerte, capaz de hacer contrapeso tanto al PP por su derecha como a Podemos y otras formaciones radicales por la izquierda, es vital para este país. Por eso vemos con inquietud esta situación inaudita en la democracia española.
Pedro Sánchez puede ser historia en breve en el PSOE. Pero las heridas del combate van a tardar mucho tiempo en restañar en el partido. Y eso es lo peor que le puede pasar a los socialistas en unos momentos en los que la socialdemocracia está en revisión en toda Europa, acosada por el populismo de izquierdas. El PSOE ha perdido casi la mitad de sus votos entre 2008 y 2016. Sería dramático para España que dejara de ser el partido de referencia en la izquierda por la frivolidad de sus líderes. Todavía hay tiempo para buscar una solución civilizada y evitar un duelo a muerte semejante al de una película del Oeste.