IGNACIO CAMACHO-ABC
- La añoranza del felipismo es baldía: desde la derrota de Susana Díaz no queda más modelo de partido que el sanchista
El drama de los socialdemócratas que añoran el felipismo no consiste tanto en que predican en el vacío como en que el tiempo y la vida les ha alejado de la realidad de su partido. Les cuesta admitir que este PSOE es muy distinto del que ellos convirtieron en el referente político de la España ilusionada por dejar atrás el franquismo. Siguen pensando en aquella formación institucionalista articulada por un proyecto de Estado y una sólida estructura de jerarquías intermedias alrededor de un dirigente carismático, sin aceptar –porque comprender lo comprenden– que Sánchez la ha transformado en un mero soporte de su liderazgo plebiscitario. La organización de la que formaron parte se extinguió con la derrota interna de Susana Díaz y, por delegación, de la última generación forjada en el modelo gonzalista, que había resistido incluso la etapa de Zapatero y su charlatanería líquida. Desde aquel día en que el actual presidente se tomó la revancha de su destitución expeditiva, el antiguo paradigma quedó reducido a la pervivencia nominal de las siglas.
El proceso de fondo no es muy diferente a la experiencia reciente de otras fuerzas similares, americanas y europeas. Tiene que ver con la crisis de la izquierda moderada surgida de la última posguerra, cuyas premisas estratégicas han sido zarandeadas tras la crisis financiera de 2008 por la eclosión de un populismo poscomunista camuflado bajo máscaras posmodernas. El socialismo convencional se ha hundido hasta la desaparición en Francia, Italia o Grecia, y en otros países resiste a duras penas. Sus programas han abandonado la protección transversal de las clases medias empobrecidas para convertirse, como explica el gurú demócrata estadounidense Mark Lilla, en plataformas reivindicativas de diversas minorías –raciales, sexuales, ideológicas, etcétera– cohesionadas por su común autoconsideración de víctimas, a las que en el caso español se suma el influyente segmento nacionalista. El discurso de la igualdad es sólo el camuflaje de un reparto de privilegios identitarios que despiertan creciente rechazo en amplias capas de ciudadanos a quienes el nuevo mandarinato progresista excluye en la práctica del juego democrático.
En ese marco, el PSOE sanchista sirve de eje tractor de unas alianzas de poder con grupos exactivos de reputación bastante antipática. Muchos votantes aún lo respaldan por la memoria del ‘felipato’ y por fidelidad biográfica, pero sus bases de afiliación y militancia están sumamente radicalizadas. Ese contexto no permite muchas esperanzas de un retorno a la socialdemocracia clásica cuando Sánchez caiga. Eso es por ahora un simple desiderátum voluntarista de sus mentes más sensatas y de los supervivientes de la vieja guardia. No está nada claro que en unas eventuales futuras primarias un perfil tipo García Page tenga ventaja frente a, pongamos por caso, una Adriana Lastra.