ABC 19/10/16
· Resulta esperanzador que el PSOE sea hoy un petrolero en la maniobra del único viraje posible para su supervivencia como partido con opciones realistas de volver a gobernar
EL camino para una abstención «técnica» del PSOE que permita la investidura de Mariano Rajoy parece expedito. Emplee el PSOE la fórmula que emplee tras su Comité Federal del próximo domingo, los números cuadrarán para que el PP pueda conformar por fin un gobierno en minoría. Podrá producirse un número suficiente de abstenciones, o votar todo el Grupo Socialista en bloque respetando el criterio mayoritario fomentado por la gestora. Incluso, aunque poco probable, podría haber ausencias deliberadas, aunque sería vergonzoso. La fórmula aún es incierta, pero la abstención se abre paso de forma inexorable. Es evidente que ningún socialista quiere ver a Rajoy de nuevo como jefe del Ejecutivo, pero también lo es que la sensatez a la que apela el presidente de la gestora, Javier Fernández, invita a promover una abstención «táctica» como «mal menor» para el PSOE. Si a los socialistas andaluces no les brota urticaria, e incluso Miquel Iceta aceptaba ayer la abstención «si no hay más remedio», todo apunta a que el Comité Federal facilitará las cosas al PP, y evitará otra esperpéntica imagen de ruptura como la del pasado día 1. Por su bien y por el de la política en España, debe evitar un espectáculo tan grotesco. Bien por la vía de la negociación discreta, bien por la imposición de una mayoría pragmática y hastiada del «no» sistemático al PP, la gestora sacará adelante la investidura de Rajoy salvo catástrofe o improbable suicidio colectivo. Cualquier imagen alejada de una unanimidad resignada será sinónimo de un PSOE caótico e incapaz de retomar la senda del equilibrio y el pragmatismo.
La alternativa sería abocar a España a unas inéditas terceras elecciones en un año. Y además, improvisando un candidato a toda prisa y sin un programa asentado, con el partido inmerso en un proceso de fractura interna y de desgarro emocional. Esa es lamentablemente la herencia que ha dejado Pedro Sánchez. Por eso resulta esperanzador que el PSOE sea hoy un petrolero en la maniobra del único viraje posible para su supervivencia como partido con opciones realistas de volver a gobernar algún día. Más errores como los cometidos durante dos años por Sánchez lo condenarían a ser residual y a asumir el riesgo de que finalmente lo engulla Podemos. Probablemente el PSOE nunca desaparecería como marca electoral, pero sí sería observado como un proyecto incapaz de generar un mínimo de ilusión entre los millones de votantes –que no militantes– de perfil socialdemócrata y moderado. Esa es la disyuntiva que debe resolver el PSOE para refundarse con criterios de solvencia desde la oposición, y no enquistar su odio interno por una investidura, la de Rajoy, que esta vez sí parece en el horizonte.