Joan Romero, EL PAÍS, 8/12/11
Ese partido debe analizar por qué ha perdido la confianza de tantos ciudadanos progresistas y votantes jóvenes. Atribuir en exclusiva su desplome electoral a la crisis y su mala gestión de la misma es un error
En las recientes elecciones el PSOE ha perdido más de cuatro millones de votos. Un desplome electoral sin precedentes que ya se produjo en las municipales y autonómicas de mayo pasado. Los ciudadanos españoles, preocupados por el futuro de su empleo y atemorizados por la recesión, han decidido de forma mayoritaria confiar en que el PP gestionará mejor las cuestiones relacionadas con la economía. Una forma clara y contundente de expresar que el PSOE no es percibido como opción de Gobierno. Un mensaje inequívoco de que el PSOE debe detenerse a pensar muy seriamente las causas que explican su progresiva pérdida de confianza entre los ciudadanos progresistas y entre los nuevos votantes jóvenes desde mitad de los noventa del siglo XX. Sin caer en el error de atribuirlo en exclusiva a la crisis y a su mala gestión y preguntándose acerca de su alarmante retirada del tejido social auspiciada por muchos de sus dirigentes, hoy replegados en sus sedes e incluso alejados de su propia militancia de base. Un proceso agónico de jibarización cuya primera consecuencia ha sido la pérdida progresiva de capital humano hasta extremos que hoy dificultan el relevo y la renovación sobre bases consistentes. De nada sirve escudarse en el argumento de que el PP ha alcanzado un techo electoral. Entre otras cosas porque no es seguro que las expectativas del PSOE hayan tocado fondo.
Hace tiempo que el PSOE debe enfrentarse a dos desafíos de largo alcance que nada tienen que ver con debates efímeros o de corto plazo centrados en la organización de un congreso o en posibles candidatos. El primero guarda relación con las dificultades que la socialdemocracia europea evidencia para entender los profundos cambios geopolíticos (con la caída del comunismo y la transformación de las capacidades del Estado) y sociales (transformación de los mercados de trabajo asociados a la deslocalización, desaparición de la clase obrera tradicional, emergencia de un nuevo proletariado de servicios, transformación de estructuras familiares, tensiones en sociedades crecientemente multiculturales y aumento de las desigualdades sociales) ocurridos en las dos últimas décadas. Mientras el Estado ha limitado sus capacidades y se ha producido el final de la tradicional coalición obrera, la socialdemocracia no ha sido capaz de construir una nueva coalición basada en una propuesta diferenciada y adaptada a estos cambios.
En consecuencia, el primer desafío, también para el PSOE, es tejer esa nueva mayoría dando respuestas a una sociedad distinta. Proponiendo una agenda propia y creíble para abordar la crisis y la recesión en Europa. Afianzado su programa de reformas frente a la emergencia de nuevos populismos que hoy cuentan con amplio apoyo entre la base natural de los partidos socialdemócratas, desde Noruega o Finlandia hasta Francia. Demostrando que sabe acometer los problemas de competitividad y de productividad y que sus propuestas sirven para crear empleo. Ofreciendo alternativas propias para garantizar el futuro del modelo socioeconómico sobre bases justas y solidarias. Proponiendo soluciones a la creciente fragmentación de nuestras sociedades en las que se empobrecen las clases medias y se amplía la distancia entre los «incluidos» y los «excluidos», entre el «centro» del sistema social y la «periferia», al tiempo que se reducen las posibilidades de movilidad social.
Debe ser capaz de demostrar que existen otros guiones posibles. Una tarea difícil, como bien reflejan las reflexiones aportadas por decenas de centros de pensamiento progresistas europeos. Tanto da que hablemos del SPD alemán, de la socialdemocracia nórdica, del laborismo británico, del socialismo francés o del socialismo español. Sabiendo además que a la derecha política le resulta más sencillo construir un relato para estos tiempos inciertos y que en nuestras sociedades se ha desvanecido la supuesta superioridad moral de la izquierda política. Entendiendo bien los cambios y la fragmentación que dificultan la construcción de nuevos proyectos mayoritarios. Aquí quiero destacar dos: en primer lugar, el aumento de la apatía, el desapego y expresiones de cinismo político; y en segundo lugar, el apoyo explícito o implícito a opciones políticas extremas, de izquierda o de derecha. La lealtad del electorado europeo se ha modificado a la par que se ha modificado la estructura social. Esto se traduce en una mayor facilidad para la emergencia de partidos de una sola cuestión(single issue parties) o de partidos minoritarios de izquierda o de extrema derecha a costa, básicamente, de las formaciones socialdemócratas tradicionales.
Pero el PSOE se enfrenta a un desafío específico aún más difícil: que la organización renuncie a su actual estructura, que sus actuales dirigentes cedan voluntariamente el testigo y tengan la generosidad y la visión necesarias para propiciar y facilitar un cambio profundo, sincero y visible. Si no lo hacen seguirán contando con la amplia indiferencia de millones de ciudadanos que son de izquierdas pero no reconocen al PSOE como una alternativa de izquierdas. Hace tiempo que todas las evidencias indican que es una organización que responde al modelo de partido viejo y autista. Viejo nada tiene que ver con histórico y mucho menos con la edad (muchos ciudadanos de izquierda, en especial los más jóvenes, tienen a José Luis Sampedro o a Mandela entre sus referentes), sino con actitudes y visiones. En el PSOE hay demasiados dirigentes sin biografía laboral propia que entienden la política como un oficio. Se han apropiado indebidamente de unas siglas que pertenecen a más de 10 millones de ciudadanos. Muchas organizaciones regionales y locales, raquíticas, han perdido toda conexión con su entorno. La mayor parte de las listas de diputados y senadores que han presentado son la mejor muestra de las patologías que aquejan a una organización hoy dominada por conservadores que iluminan el camino con las linternas del pasado, como diría Bobbio. Disfunciones y patologías que agrandan la brecha con una sociedad que no acepta prácticas y comportamientos de reducidos aparatos orgánicos alejados de la realidad, que consumen su energía en asegurarse fidelidades creando dependencias en lugar de redes sociales y que concentran sus esfuerzos en la lucha por el control de la organización para perpetuarse en ella.
Reclamo un proceso constituyente que saque al PSOE de su exilio interior. Un auténtico cambio de dirección y de orientación, como el ocurrido en Suresnes o como el liderado años más tarde por Felipe González con una renuncia que sirvió para cimentar una nueva mayoría social. Un nuevo proyecto que revise a fondo el significado del acrónimo PSOE: cambiando por completo la estructura del partido, adaptando la alternativa socialista, revisando el significado de obrero y dando un contenido más federal al término español. Porque ninguna de las iniciales tiene el mismo significado que hace 20 años. Un nuevo proyecto en absoluto defensivo, como diría Judt, donde las listas abiertas, la limitación de mandatos y la defensa de un proceso de primarias para elegir candidatos, abierto a simpatizantes y electores, sean la base sobre la que reconciliar a millones de ciudadanos con el proyecto socialdemócrata. El camino abierto por el Partido Socialista Francés indica que las innovaciones democráticas son posibles y saludables.
Este punto de inflexión, tan necesario como inaplazable, no está al alcance de un congreso federal ordinario, no se resuelve recurriendo a reglamentos y estatutos, sino que requiere soluciones extraordinarias. La estrategia de supervivencia y de resistencia aprobada por quienes integran los órganos federales de dirección es una hoja de ruta equivocada. Ni siquiera han sido capaces de asumir su responsabilidad en la derrota, un gesto esencial en democracia. Es el camino elegido por unos dirigentes que han conducido al PSOE a la irrelevancia política. El futuro del socialismo español no se debería decidir a puerta cerrada. Hay más de 10 millones de españoles concernidos a los que se debería dar la posibilidad de opinar. Mientras sus dirigentes sostienen que es el tiempo de los militantes, muchos ciudadanos creemos que debería ser el tiempo de los ciudadanos porque esa opción política no es patrimonio exclusivo de sus afiliados. Este otro camino significa apostar por innovaciones democráticas sin recelos, abriendo procesos de consulta y participación a escala estatal, regional y local.
Joan Romero es catedrático en la Universidad de Valencia.
Joan Romero, EL PAÍS, 8/12/11