ABC 10/10/16
ÁLVARO DE DIEGO, PROFESOR TITULAR DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA UNIVERSIDAD A DISTANCIA DE MADRID (UDIMA)
· «El dilema actual de los socialistas bascula entre una abstención, que ahora sí pueden negociar, y unas terceras elecciones»
PERMITIR gobernar a la lista más votada o acudir a unas terceras elecciones. Esa es la disyuntiva decisiva que afronta el PSOE. Lo ha expuesto el presidente de su Comisión Gestora. A nadie se le escapa que lo primero pasa por una abstención negociada. Como responsable provisional de los socialistas Javier Fernández ha hecho ya gala de prudencia y equilibrio. Su partido debe invertir la «podemización» en que ha incurrido y rehuir todo pacto con el separatismo. Abstenerse, ha aclarado, «no es lo mismo» que apoyar. En tiempos de vana efebocracia resulta esperanzador contar con un político como el presidente del Principado de Asturias. Pertenece a esa generación que recuerda cómo el PSOE ya tuvo ocasión de abstenerse en el momento fundacional de nuestra democracia.
En el próximo mes de noviembre se cumplirán cuarenta años de la aprobación de la Ley para la Reforma Política, norma que permitió transitar de la dictadura franquista a la democracia. Esa fase crucial de nuestra transición la protagonizaron exclusivamente los franquistas, que en las Cortes del difunto Franco debatieron y dieron luz verde a la liquidación de su régimen. No obstante, en el ánimo de aquellos procuradores estuvo muy presente la oposición antifranquista, en especial la de izquierda, representada entonces por ese «parlamento de papel» que daba voz a los partidarios de la ruptura. La apuesta por un sistema político proporcional dio así satisfacción a aquellos frente al principio mayoritario que defendía Alianza Popular.
El patriotismo de aquella Cámara de la dictadura fue de inmediato reconocido por una prensa que había desconfiado del nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Con un «Adiós, dictadura, adiós» saludó Diario16 la aprobación de la Reforma Política en Cortes.
El siguiente paso suponía la celebración del referéndum, fijado para el 15 de diciembre siguiente. Responder a la consulta convocada por el Gobierno Suárez no era fácil para la recién creada Plataforma de Organismos Democráticos, en la que se integraba el PSOE. Pedir el «sí» en el referéndum suponía aceptar la mecánica legal franquista, quedar al margen de la iniciativa del proceso y permitir un sistema electoral no consensuado. Pero oponerse significaba nada menos que negar ante la opinión pública el único camino que se le abría a la democracia. Se impuso, por tanto, una abstención basada en la falta de garantías de la consulta popular y el distanciamiento de una extrema derecha partidaria del «no». La abstención quiso utilizarse, además, como elemento de presión para acelerar el restablecimiento de las libertades políticas y la consecución de una amnistía completa.
El abrumador éxito del Gobierno –participó el 77 por ciento del censo, con 94,17 por ciento de votos a favor– desarboló a la oposición. Esta, en general, y el PSOE, en particular, habían tenido margen de acción: negociar un «sí» condicionado, esto es, dar un voto de confianza al Ejecutivo supeditándolo al cumplimiento de ciertas garantías en el posterior proceso. Como puede verse, un pacto de mínimos es siempre positivo para todas las partes. Ayer y hoy.
Resulta revelador que el embajador estadounidense recibiera pocos días antes a Tierno Galván y Morodo, representantes de un Partido Socialista Popular con el que se había negado a entrevistarse hasta entonces por su integración en la Platajunta y sus lazos con el PCE. Ahora detectó una actitud «constructiva». Sus interlocutores rechazaron una campaña abstencionista «agresiva» ante el referéndum, a diferencia de lo que postulaban los comunistas. Vaticinaban una victoria aplastante del Gobierno. Hasta ese momento le habían presionado. Ahora corrían el riesgo de verse arrastrados por su iniciativa.
Esta vino a admitirse, de hecho, el 1 de diciembre, fecha en que la oposición nombró a nueve representantes para negociar con Suárez. Sin embargo, una semana más tarde, en la autorizada celebración de su XXVII Congreso, el PSOE se reafirmaba como «partido de clase, marxista y democrático» y se obcecaba en la vía de la ruptura democrática. El llamamiento ante la opinión pública a la abstención activa en el inminente referéndum, denunciando su presunta naturaleza antidemocrática, obedecía a la delicada coyuntura. Felipe González comprendía la nueva situación. La sociedad española le demandaba sumarse al proyecto del Gobierno, pero temía la creciente radicalización de su militancia. Una paradoja muy parecida a la que experimenta hoy su partido, emparedado entre el reiterado abandono de los votantes y la hipotética amenaza de los exaltados con carné.
Un honesto Enrique Múgica reconocería que el grueso del país, incluida esa gran porción de ciudadanos socialistas, percibió con «perspicacia» que la Reforma Política de Suárez/Fernández-Miranda «abría la vía de la democracia». Decidieron votar y dejaron a los partidarios de la abstención «con la brocha en la pared». «Afortunadamente –concluyó Múgica– fue el pueblo español mucho más inteligente que los partidos políticos de Izquierda, y eso es lo que nos hace reflexionar».
El dilema actual de los socialistas bascula entre una abstención, que ahora sí pueden negociar, y unas terceras elecciones. Y como ha afirmado Javier Fernández, tienen que plantearse «cuál de las dos soluciones es menos mala para España y para el PSOE».