IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Ebrio de providencialismo y autocomplacencia, Sánchez no acaba de entender que las encuestas no agradezcan su entrega

Tanto tiempo dando todos la murga con revitalizar el Senado y vino Sánchez a insuflarle vida. Eso sí, para convertirlo en plataforma propagandística como cualquier institución a la que haya puesto la mano encima. Otras virtudes no tendrá pero como ventajista es un genio: aprovechando que Feijóo carece de escaño en el Congreso, se ha inventado un debate sobre el estado de la nación cada mes para sacarle partido a la desproporción de tiempos que el reglamento de la Cámara Alta concede al Gobierno. Allí puede lucirse sin miedo con discursos eternos que abruman a la oposición hasta rendirla por agotamiento. Vende viviendas que no ha construido, empleos que no crea, carreteras que no están hechas, pactos que no respeta, y se presenta a sí mismo como el salvador del planeta, el hombre providencial que frenará la emergencia climática y ayudará a Ucrania a ganar la guerra. El líder del PP, que por el momento no destaca en habilidad dialéctica, tiene en total veinte minutos de respuesta; eso es batirse con una mano sujeta y en la otra una espadita de madera. Las primeras veces se le notaba una expresión perpleja pero ahora ya parece haberse dado cuenta de que le toca fajarse en inferioridad manifiesta y se lleva preparadas frases de laboratorio, ‘soundbites’ que puedan encajar en los titulares de prensa. Ninguna pasará a la Historia, aunque tampoco las de un presidente ebrio de autocomplacencia, un publicista de sí mismo al que toda lisonja se le queda pequeña y que debe de sentir una profunda frustración al ver que las encuestas no acaban de reflejar el éxito de una gestión tan estupenda.

Pero hay que admitir que no le falta perseverancia. No se aburre, no desfallece, no descansa. Se elogia con una tenacidad épica, con un desparpajo memorable, con una convicción mesiánica, con una seguridad digna de mejor causa. Se presenta como un Moisés que conduce al pueblo por el desierto entre calamidades y plagas, y no para de repetir lo que podría llegar a hacer en mejores circunstancias, «con el viento a favor» según la ramplona metáfora náutica acuñada por sus asesores de campaña. Utiliza las sesiones del Senado como una especie de psicodrama, una terapia para darse ánimos e inyectarse confianza frente a un adversario obligado a escuchar sus peroratas e incomprensiblemente reacio a darle las gracias por tan eficaces servicios a España. Sus soliloquios de autoestima constituyen una conmovedora declaración de soledad política, la de un gobernante que no sólo resulta incapaz de obtener la aprobación de la ciudadanía pese a un ímprobo esfuerzo de entrega continua, sino que ni siquiera logra el voto favorable de unas ministras díscolas y además no las puede cesar sin arriesgar su precaria mayoría. Del «no es no» al «sí es sí» hay mucho más que un cambio de tautologías: median cinco años de mentiras que empiezan a pesar sobre sus expectativas.