ABC 31/01/15
MAYTE ALCARAZ
· Aunque el presidente vasco coloca siempre que puede lo del «derecho a decidir», Rajoy no quiere descuidar la sintonía, ahora que los problemas crecen
MARIANO Rajoy quiere mantener un contacto fluido con Íñigo Urkullu. La sintonía entre ellos no es mala. De hecho, tras los antentados de noviembre en París, el lendakari llamó un par de veces a La Moncloa para interesarse por el problema al que se enfrentaban Europa y España. Eso sí, después de haberse negado a secundar meses antes el pacto antiyihadista con razones absurdas. También fue de los primeros en comunicar con Rajoy, minutos después de que en plena campaña un joven le agrediera durante un paseo por Pontevedra. Hace unos días, y tras el incierto resultado del 20-D, fue el presidente en funciones quien telefoneó a Vitoria para tener al tanto al dirigente vasco sobre sus gestiones para formar Gobierno. Está claro que el líder del PP no quiere romper los puentes de entendimiento con el presidente de la otra autonomía española que históricamente ha amenazado la legalidad y la unidad de España, en este caso con el doloroso añadido del asesinato de cientos de víctimas inocentes.
La peligrosísima deriva del independentismo catalán ha sido seguida por sus homólogos en el País Vasco con silencio y una solidaridad sorda, sin estridencias. La confortable situación económica de esa comunidad, cimentada sobre una bicoca llamada cupo vasco, que no tiene justificación desde el punto de vista intelectual, pero que, como en el caso del fuero navarro, se decidió mantener por razones históricas, le ha permitido durante estos últimos años contemplar la tormenta desde una atalaya de superioridad. La que le otorga liquidar él mismo al Estado por las competencias que la Administración general presta en el País Vasco. Un chollo, vamos. Además, el propio temperamento de Urkullu, político prudente y de talante moderado, y la mala experiencia del inefable Ibarretxe han contribuido a que el «efecto llamada» no haya prendido en el PNV, complicando el atolladero territorial en España.
Por eso, el PP no va a tirar la toalla con Ajuria Enea. Y porque Rajoy sabe que el PNV es un partido de centro-derecha que todavía no se ha echado al monte antisistema como la moribunda Convergència, lo que deja puertas entreabiertas a un eventual respaldo parlamentario para sacar adelante leyes de base ideológica común. Aunque parezca algo exótico preocuparse de hipotéticos apoyos cuando ni siquiera Rajoy tiene asegurado repetir como presidente del Gobierno, nadie en el PP quiere descuidar esa carta. Precisamente ahora que el propio Urkullu siente el aliento de Podemos sobre su cómoda mayoría: sin que Pablo Iglesias pisara en campaña aquella comunidad, la formación populista se ha alzado como segunda fuerza en escaños y primera en votos, colocándose incluso como primer partido en provincias como Guipúzcoa y Álava. Rajoy sabe que compartir enemigos comunes une mucho.