Mikel Buesa-Libremercado.com

  • Se ha acordado prorrogar la ley de 2017, que calculaba el Cupo vasco con las cifras presupuestarias manipuladas de aquel año.

Quizás convenga aclarar de entrada al lector que eso del pufo vasco no es otra cosa que el Cupo anual que la Comunidad Autónoma de Euskadi le paga al Estado en contraprestación al coste de las competencias no transferidas que éste ejerce en favor de sus habitantes. Lo llamé así en un artículo que publiqué hace años en La Ilustración Liberal porque, de hecho, eso del Cupo es un auténtico pufo, un timo que desde 1878 se reitera sin solución de continuidad hasta nuestros días, aunque haya tenido sus vicisitudes, pues no puede olvidarse que, para Vizcaya y Guipúzcoa, el régimen de Franco lo suspendió por considerar a ambas provincias como traidoras. De esta manera, los gobernantes vascos de todos los colores —aunque todos ellos herederos del fuerismo, sea por la vía carlista o liberal, o por la nacionalista— han seguido rígidamente el principio que, en sus Breves apuntes en defensa de la libertades vascongadas, enunció Pedro Egaña: «El Fuero es no pagar».

No crea el lector que Egaña fue un tipo extraño a los valores patrióticos de España. Nacido en Vitoria tuvo, entre otros empleos, el de auditor de guerra en Granada durante la primera carlistada —defendiendo naturalmente al Estado español frente a la rebelión alentada por Carlos María Isidro de Borbón— y también defensor de su ciudad natal frente a las fuerzas que lideraba Zumalacárregui. Por Granada fue también diputado a Cortes en 1839; y más tarde, tras un exilio forzado por su oposición a Espartero, representó en el Congreso a las provincias de Álava y Guipúzcoa. Y antes de ser nombrado Diputado General de Álava en la década de los sesenta, ocupó la cartera ministerial de Gobernación en Madrid. Egaña, como otros liberales fueristas, encarnó a esos vascos que se consideraban más españoles que los demás y eran merecedores, por ello, de los privilegios que el sistema foral implicaba para los naturales de las provincias vascongadas.

Así que el fuero es no pagar y en eso estamos, aunque como la historia siempre marcha hacia adelante, ahora sí se pague, aunque poco, lo menos posible. Y para lograrlo tenemos el Cupo. Curiosamente, este artilugio económico-financiero se calcula con una metodología poco objetable —aunque merecería algún ajuste menor— que se llena de números falsos para que lo que salga a pagar sea sólo el chocolate del loro y, de paso, los bolsillos nacionalistas se llenen de recursos para dar a los ciudadanos afincados en el País Vasco unos servicios públicos de lujo. Los estudios que han abordado este asunto concluyen que ese Cupo es entre tres y cuatro veces menor que el que resultaría si no se manipularan las cifras referentes al coste de las competencias estatales y también a la recaudación del IVA. Total que, al final, el gasto autonómico por habitante en Euskadi es más del doble que en el resto de España. O sea que los españoles de a pie —que ni descendemos de Túbal, uno de los nietos de Noé, ni somos del linaje de Aitor— estamos pagando la intemerata para que los nacionalistas se quejen de lo mal que están en España. ¡Vivir para ver!