Jesús Cuadrado-Vozpópuli
- Los guionistas moclovitas optan por seguir el consejo de Umberto Eco y fabricarse un buen enemigo: el PP es Vox
¡Qué semana! Puso el estrambote Yolanda Díaz con su apasionado “la lucha de clases es el motor de la Historia”. Hay que agradecerle su sinceridad comunista. Como a los sindicatos “de clase”, UGT y CCOO, que movilizaron a los liberados sindicales para apoyar una versión soviética del control de la economía. Antes, Sánchez intentó alargar su sonrisa de hojalata frente a las comparecencias ante la Justicia de su esposa y su fiscal. Pero, para lo políticamente relevante, él y su banda ya importan poco. El futuro inmediato del país se juega en otro campo. El PSOE, simplificado en gabinete de propaganda, está concentrado en el relato “Feijóo se ha radicalizado”. Se mimetiza con Vox, sintetiza Sánchez. Argumentos: ha cantado “me gusta la fruta”; ha ido a los toros; ha nombrado a Franco y habla de las “saunas” de Begoña Gómez. Los guionistas moclovitas optan por seguir el consejo de Umberto Eco y fabricarse un buen enemigo: Feijóo es Vox. Creen contar para la ocasión con el arma letal. El líder popular habría radicalizado su posición en política migratoria para evitar fuga de votos por la derecha.
En la cumbre celebrada este fin de semana en Madrid, con Vox y sus aliados internacionales, el tema estrella ha sido la inmigración. Es un hecho que será decisivo para la definición del nuevo mapa político, también en España. En esta materia, lo relevante es si se utiliza como munición electoral polarizadora o se practica una política migratoria viable frente al caos creado por el Gobierno de Sánchez. De eso se examina Núñez Feijóo, no de si, por imperativo del relato sanchista, imita a Abascal. La anarquía migratoria provocada por el Gobierno es el peor enemigo de una política de inmigración basada en una integración viable. Sánchez ha fallado en todo -empezando por el control de fronteras- y la sociedad se ha hartado. Con un ritmo actual de entrada de 600.000 inmigrantes por año, a nadie puede extrañar que la población reaccione ante las consecuencias, en los servicios públicos de salud o escolares y en otros ámbitos sensibles. Sobre todo, cuando no se aportan los recursos necesarios. El problema no es la inmigración, obviamente necesaria. Lo que provoca la reacción es la superación con creces de lo que Jesús Fernández-Villaverde ha denominado “tasa racional de inmigración”. Es decir, el número que España puede asimilar en condiciones adecuadas.
Una burda manipulación
Poner un ejército de activistas mediáticos a la tarea de sustituir la no política migratoria por un supuesto debate ideológico no va a convencer a quienes, barrio a barrio, sufren las consecuencias. Y, sí, hay traducción política. Portugal es un buen ejemplo. Hace cuatro meses, en un vuelco electoral sorpresivo, los socialistas se hundieron en las legislativas y empataron con la extrema derecha. Hoy hay consenso sobre la causa principal. En un país de 10,5 millones de habitantes, en solo cinco años, se acumuló una inmigración de más de un millón de nuevos inmigrantes. No es racismo, va de ¡”tasa racional de inmigración”! Calificar la posición de Feijóo en política migratoria como idéntica a la de Abascal es una burda manipulación con fines electorales, y se nota a la legua. El desafío para el líder popular está en su capacidad para explicar -y convencer- sobre cómo va a ajustar la entrada de inmigrantes a la capacidad real de integración; sobre qué política migratoria -necesariamente nacional, por razones obvias- va a poner en marcha en un país que, tras la entrada masiva en los últimos cinco años, ha superado el 19% de población inmigrante (criterio ONU). Más que en Francia, por ejemplo.
De esto, Vox también se examina. Es absurdo negar la evidencia de un crecimiento de las fuerzas políticas reunidas en el Palacio de Vista Alegre, fundamentado en problemas sociales reales no resueltos. Pero, sobre estos partidos, hay muchas incógnitas por despejar, especialmente sobre su capacidad para negociar con otros. Un ejemplo: Milei, en minoría parlamentaria, ha demostrando incapacidad manifiesta para llegar a acuerdos y lo ha pagado en las urnas. La gobernabilidad importa, ya lo creo. Abascal, por su parte, tendrá que demostrar si, por ejemplo, prioriza exigir un mínimo del 5% de votos para poder acceder al Parlamento nacional frente al independentismo, o se enreda en absurdos identitarios como la Reconquista y el Cid Campeador. Tendrá que optar entre ser un partido-protesta o uno capaz de llegar a acuerdos de gobernabilidad. Para bloquear España, ya está Sánchez. ¡El dilema de Vox!