IGNACIO CAMACHO – ABC – 25/07/16
· La esterilidad del dogmatismo partidista se acerca al punto de no retorno. El que desemboca en la crisis constitucional.
Rajoy duda. Conoce el desgaste de una segunda espantá ante el Rey pero no quiere someterse a una investidura fallida. Hoy por hoy no tiene los apoyos mínimos para un papel siquiera decoroso que le otorgue una victoria moral: eso son 170 diputados y sólo cuenta con sus 137. El presidente sospecha que Rivera y, sobre todo, Sánchez quieren hacerle pasar por el fracaso que el aspirante socialista sufrió en marzo, achicarle el triunfo electoral antes de concederle la abstención en el mejor de los casos.
Sin los votos de Ciudadanos es probable que ni lo intente. Prefiere continuar conminando al partido centrista, poner su resistencia en contradicción con sus votantes moderados. Entre otras razones porque teme que si permite su primera derrota para poner en marcha el reloj de la cuenta atrás, el líder reformista exija su cabeza para dar el sí al PP después del verano. A pesar del acuerdo para la Mesa del Congreso, el marianismo aún no acaba de saber si C’s es un aliado o un adversario.
Así las cosas, todo depende ahora de la Corona. Felipe VI aborda la ronda de consultas con el ya estrecho campo constitucional achicado por la imprudencia reciente de Rivera. Los cálculos de La Moncloa pasan por la esperanza de que el Monarca no efectúe ningún encargo; sólo se lo puede ofrecer a Rajoy y éste tendría que decidir si aceptarlo para ir al degolladero o volverlo a rechazar con el consiguiente alboroto y daño político. Pero al Rey no le gusta sentirse presionado, y la indefinición de los partidos le está trasladando la responsabilidad de un bloqueo que él no ha provocado ni inducido. Lo han puesto en una tesitura endiablada, en la que haga lo que haga alguien se va a considerar perjudicado. Es su decisión más difícil desde que accedió al Trono; su arbitraje será por eso el más neutro posible, a riesgo de pasar por antipático.
Si decide abstenerse él también, en este caso de proponer un candidato, Rajoy asumirá el papel que está esperando. El de hablar con los demás líderes y decirles que o logran un acuerdo o requerirá a los letrados el modo de convocar elecciones sin investidura previa. Se trata de una providencia dudosa que, en cierto modo, equivaldría a suplantar las funciones del Rey, aunque también de una manera de quitarle presión. Y tiene un flanco débil para el PP: Pedro Sánchez podría aprovechar la ocasión para buscar el pacto con Podemos y los nacionalistas, o incluso con C’s, bajo la coartada de evitar las elecciones. La Corona quedaría preservada porque nadie le pediría la encomienda antes de tener los apoyos amarrados, pero al presidente le costaría cara la jugada de dejar pasar la mano.
En cualquier supuesto, no sólo estamos ante un problema de gobernabilidad: puede desembocar en una crisis constitucional. La esterilidad del dogmatismo partidista se acerca al punto de no retorno. El que compromete la eficacia misma del sistema y del Estado.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 25/07/16