IGNACIO CAMACHO-ABC
- Sánchez tiene déficit de tolerancia al rechazo. Soporta mal que los abucheos arruinen la impostura de su liderazgo
Zapatero encajaba mejor. Otros defectos tenía –el principal, el de ser el ‘punto cero’ de casi todos los problemas de España en este siglo– pero demostraba mucho más temple que Sánchez ante las críticas y soportaba los abucheos sin perder la sonrisa. Quizá porque estaba mucho más seguro de sí mismo, más convencido de todo lo que hacía, o simplemente porque era menos narcisista. O porque se había construido una armadura con su famoso talante. Lo cierto es que cada 12 de Octubre le caía una buena pitada y la recibía sin inmutarse, como una servidumbre del cargo, como un peaje. Al menos nunca pretextó un fallo de ‘timing’ para hacer esperar al Rey dentro de un coche en mitad de la calle, a ver si su compañía aplacaba las iras populares. El actual presidente ya hizo algo parecido en Extremadura el día de la inauguración del falso AVE. (En este hombre todo, empezando por su propia personalidad, es un engaño, un simulacro). Sin conseguir su propósito en ninguno de los dos casos; buena parte de la gente que va al desfile lo hace tanto para abroncarlo como para aplaudir al paso de los soldados.
Aparte de que la Fiesta Nacional se le atraganta –recuérdese el sainete ridículo del besamanos–, las protestas callejeras se han convertido en un dolor de cabeza para el jefe del Ejecutivo. Le cuesta asumirlas como un gaje del oficio. En cuanto empiezan los pitos se le congela la expresión, se le agarrota el cuerpo, se le acentúa el bruxismo, y ese fastidio no pasa inadvertido: más bien constituye un estímulo para que los adversarios lo reciban igual en cualquier sitio. Ha dejado a la vista el punto débil de su propaganda. Los vídeos de las silbatinas abren los telediarios, inundan las redes sociales, circulan por whatsapp y le arruinan cualquier campaña. Un griterío en Toledo y aquella pancarta de «que te vote Txapote» en una barriada sevillana bastaron para cancelar la treintena de actos públicos que le habían programado sus pretorianos de guardia. Y aún tuvo peor resultado la ocurrencia de remplazarla por una pantomima de preguntas amañadas.
Ahora todo el mundo es consciente de que Sánchez tiene un problema de vulnerabilidad a las manifestaciones de rechazo, eso que Pablo Iglesias llamaba «jarabe democrático». Le falta capacidad de aguante porque todo su mandato está diseñado sobre la impostura de un liderazgo kennedyano y todo el montaje publicitario se viene abajo ante el vociferio de unos cuantos exaltados, sean inducidos o espontáneos, que le roban el primer plano. El peloteo de sus allegados –«alto y guapo», decía Tezanos– no alcanza a cubrir su severo déficit de tolerancia al fracaso. Pero hasta ahora lo venía sufriendo mal que bien con un rictus de cabreo, con gestos de agobio a duras penas encubierto. Ayer se retrató utilizando a Felipe VI como burladero. Igual ha encontrado, mira por dónde, un motivo para aflojarle el cerco.