ABC 26/03/16
EDITORIAL
· Artur Mas sabe que es un superviviente y que sus principales amenazas no vienen «de Madrid», sino de sus compañeros extremistas en el fallido viaje a la independencia
LAS cosas no han salido como Artur Mas esperaba. Quien se viera a sí mismo como el gran conductor del pueblo catalán hacia la independencia ha sido engullido por el monstruo que él mismo impulsó. Una decena de anticapitalistas atávicos pidió y logró su cabeza para relanzar un proceso separatista que está encallado, bajo control de partidos extremistas de izquierda y que nunca conseguirá su objetivo. Por el camino, la coalición de Convergencia con Unión Democrática saltó por los aires, el nacionalismo –antaño hegemónico– pasó a ser una sombra melancólica de lo que fue, en medio de la demolición del pujolismo por los negocios oscuros de la gran familia nacionalista. Además, las últimas encuestas del Centro de Estudios de Opinión, órgano oficial de la Generalidad, ponen a Junts pel Sí por debajo de sus actuales resultados autonómicos. Y de cara a unas generales, Democracia y Libertad, la marca de Convergencia Democrática, perdería un escaño.
Este contexto explica que Artur Mas quiera recuperar para su nueva CDC la ambivalencia que tan rentable le fue al extinto nacionalismo moderado hasta 2003, cuando fue desalojado del poder por un frente de izquierdas formado entre el PSC y ERC. La idea de Mas es volver a tener un pie en cada orilla, de manera que seguirá siendo un partido soberanista, pero sin insistir en la independencia como objetivo único. Las últimas declaraciones públicas de Mas apuntaban a este cambio táctico, que incluye un aparente alejamiento de los plazos marcados por ERC y la CUP para proclamar la independencia y de la opción de que esta proclamación sea unilateral.
Es evidente que si esta voluntad de cambio es real no se deberá a una reflexión virtuosa sobre los perjuicios a Cataluña y a España, sino a una valoración pragmática y puramente táctica de los costes políticos que ha supuesto para el nacionalismo burgués catalán el abandono de su política posibilista. La alternativa ha supuesto poner Cataluña en manos de una izquierda nacionalista y anticapitalista cuyo programa social y político debería ser inasumible por los sectores sociales que se identificaban con la coalición de Convergencia y Unión.
Mas sabe que es un superviviente y que sus principales amenazas no vienen «de Madrid», sino de sus compañeros extremistas en el viaje a la independencia. Para sacudírselos de encima le hará falta, aunque no quiera, una retractación explícita. Aun así no debería ser suficiente para justificar un cambio de actitud de los partidos constitucionalistas –PP, PSC y Ciudadanos– hacia el nacionalismo. Artur Mas y CDC se han ganado a pulso su purgatorio, del que aún no tienen claro cuándo y cómo van a escapar.