Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/4/12
«El Banco de España vaticina que la recesión empeorará por los ajustes». Tal era el titular con el que ayer abría su edición este periódico. La explicación del fenómeno es sencilla: con una caída sustancial de la inversión pública, fruto del recorte presupuestario; una reducción notable de la inversión privada, consecuencia de la ausencia de crédito a las empresas y del desplome del consumo; y una fuerte contracción del consumo por efecto del descenso de los salarios reales y del paro, la recesión resultaba inevitable.
Ocurre, claro, que la única manera de hacer frente a esa previsible recesión sería relanzar la inversión pública, lo que debería influir en el aumento del consumo, pero tal cosa no es posible mientras no cambie la política de la Unión y la alternativa, tan perentoria como clara, que en coherencia con ella se ha exigido a Rajoy (la misma que se exigió en su día a Zapatero y se hubiera exigido a Rubalcaba, de haber ganado los comicios): o se reduce el déficit por las buenas (un déficit que, según acaba de confirmar la UE, fue en el 2011 del 8,5 %, muy superior al previsto por el Gobierno socialista) o se reduce por las malas (como en Grecia o Portugal) mediante la intervención exterior (el tan temido rescate) de nuestra economía.
Por otro lado, no es seguro que el aumento de la inversión pública sea tan factible como algunos afirman con indudable buena voluntad, pues ese aumento, a la vista de la caída estrepitosa de la recaudación tributaria, debería producirse sobre la base de endeudarse a un precio que sencillamente no podemos ya pagar. Ni es tampoco muy probable que el aumento del consumo privado, dadas las cifras de paro que muy malamente soportamos, pudiera producirse, salvo tirando de un crédito que no hay y que, de existir, podría volver a meternos en la espiral de deuda privada que en gran medida nos ha conducido a la crisis actual.
Se trata, pues, de un puzle endiablado, donde no hay manera de encajar las piezas, y que se parece bastante a la situación de esos enfermos que han de tomar medicamentos no solo para combatir sus males, sino también para hacer frente a los efectos secundarios de las propias medicinas con las que tratan de curarse.
Por seguir con la metáfora, España parece estar al borde de un fallo multiorgánico (aquel en que todos los órganos del cuerpo dejan de funcionar al mismo tiempo), por lo que los médicos que nos tratan -empezando por el Gobierno, encargado de dirigir el equipo sanitario- deben aclarar con la crudeza que sea necesaria, pero con credibilidad, adónde nos dirigimos, con qué costes finales y con qué plazos previsibles. Mientras eso no se haga con claridad y valentía, la sociedad seguirá sumida en el pesimismo, la desconfianza y una desesperación que ha superado ya los límites de lo que resulta soportable.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 25/4/12