EL REFERENTE político de Ada Colau no es ningún jipi. El referente político de Ada Colau es Jordi Pujol. Nada más convertirse en alcaldesa anunció que solo acataría las leyes que le pareciesen bien. Aquello era pujolismo de una gran pureza: durante dos décadas, y los anormalizados lingüísticos lo saben, el pujolismo solo cumplió las leyes que le parecían bien. Al igual que el presidente, la alcaldesa también siente un nepótico amor por la familia, aunque en esta familiaridad de las cosas todo esté aún por ver. Donde realmente sigue con excelencia las enseñanzas de Pujol es haciendo la puta y la ramoneta, como vecinalmente se llama en Cataluña al arte de poner una vela a dios y otra al diablo. La analogía ha de comprenderse en el contexto de la evolución de las costumbres. Si Pujol quiso hacerse con la simpatía de un espectro de orden variado, incluido el orden religioso de la derecha y el orden sentimental del independentismo, Colau aspira a hacerse con todo el desorden podémico, cupero o independentista, sin hacerle ascos a alegrar la húmeda vejez (qué es hacerse viejo, sino desorden) de algún socialdemócrata, ayer y de nuevo bandera roja.
La razón fundamental por la que Colau no recibe al Rey es porque luego tiene que ir a cenar con él. O sea por el qué dirán. Eso no quita que la alcaldesa de Barcelona sea sucintamente una persona vulgar y maleducada, características compatibles con los votantes de todos los partidos. Una educación en la que insistió ayer cuando en una emisora catalunyense contó cómo le reprochó a Felipe VI la falta de empatía del discurso seminal de su reinado. Las conversaciones con los reyes no deben contarse porque los reyes no pueden contar las conversaciones con las alcaldesas. Esto es de una sofisticación inalcanzable para la señora Colau, aunque yo debo añadir, y reconocer, que los reyes no pueden contar sus conversaciones por las mismas razones que les obligan a casarse con princesas.
Ahora bien: ver en cada una de las elegancias de Colau un asalto al palacio de invierno es un exceso ingenuo. Colau es alguien que clama al cielo porque el 1 de octubre la policía defendió el orden democrático, pero que no duda en llamarla para que le abran paso a golpes, porque tiene que ir a cenar con el Rey. Su cinismo y su doble faz podrán ser enrojecedores, pero lo importante es que son capítulos de una estrategia política que se aclara del todo a la luz, otra vez, de la experiencia pujolista. Si el padre corrupto de la patria, aparentando orden, llevó a Cataluña al desorden, el objetivo de nuestra matrona es exactamente el inverso. No es imposible que lo consiga: en el desorden catalán, y sin evidencia o promesa de cárcel, no hay otro líder comparable.