El que resiste gana

ABC 04/07/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Si vamos a nuevos comicios la victoria está cantada: Rajoy, abstención y desencanto con la democracia. Por goleada

LA experiencia ha demostrado con creces a Mariano Rajoy que la divisa de su insigne paisano, Camilo José Cela, es una verdad como un templo: «El que resiste gana». Él resistió agazapado, sin un ruido, los vaivenes del célebre «cuaderno azul» aznarista, y acabó imponiéndose en la recta final de la carrera a dos rivales potencialmente más fuertes. Resistió dos derrotas frente a José Luis Rodríguez Zapatero, el peor presidente que ha conocido la democracia, hasta que a la tercera fue la vencida. Resistió, imperturbable, el retroceso sostenido del PP en las elecciones europeas, andaluzas, catalanas, municipales y autonómicas celebradas a lo largo de la legislatura pasada, sin darse por aludido. Resistió en diciembre el descalabro de la lista que encabezaba, 123 diputados frente a los 186 obtenidos cuatro años antes, negándose a recoger el guante que le tendía el Rey para intentar formar gobierno asumiendo el correspondiente desgaste. Es un resistente nato, catedrático en la especialidad favorita de nuestros líderes patrios. Un molusco de la política firmemente aferrado a su roca.

Lejos todavía de ese dominio, entre otras razones por la diferencia de edad que le separa del maestro, Pedro Sánchez no le va a la zaga. Al igual que Rajoy, el cabeza de cartel del PSOE ha resistido en dos ocasiones consecutivas el peor resultado jamás alcanzado por las siglas del puño y la rosa, sin humillar la rodilla. Con menos razones objetivas para hacerlo, sus predecesores Joaquín Almunia y Alfredo Pérez Rubalcaba dimitieron fulminantemente, asumiendo de ese modo la responsabilidad de la derrota. Él no. Ni siquiera parece habérselo planteado. Ha preferido desaparecer de la escena a la chita callando, dejando a su segundo la tarea de explicarse, mientras urde con sus pretorianos alguna estrategia «creativa» que le permita aguantar el tirón sin abandonar la poltrona. Su concepto de la «dignidad» debe de transitar por derroteros distantes del significado que el común de los mortales otorgamos a esa palabra, para acercarse al de «supervivencia». Bajo su liderazgo (por llamarlo de alguna manera), el Partido Socialista ha visto seriamente amenazada su condición de referente de la izquierda en beneficio de Podemos, entre otras cosas por la decisión suicida de sellar y mantener contra viento y marea un pacto municipal y autonómico con esa fuerza extremista, peligrosa, enemiga de la Constitución y de la unidad nacional, que aspira abiertamente a devorarlo. Pero él, agarrado con uñas y dientes a la máxima del marqués de Iria Flavia, resiste las inclemencias electorales. Resiste contra el sentido y la lógica, mientras nadie le mueva la silla.

La pugna que tiene al país paralizado desde hace meses, a falta de patriotismo, visión y generosidad, se libra entre dos contendientes que han hecho de la trinchera su único plan de batalla. El interés general debería llevarles a sentarse, solos o en compañía de Ciudadanos, poner sobre la mesa las medidas y reformas que necesita España de manera inaplazable y brindarse mutuamente argumentos capaces de justificar ante las respectivas bases un hecho tan insólito entre nosotros como el de entenderse con el adversario. El interés general debería llevarles a priorizar la necesidad de armar un gobierno sólido y relegar a un segundo plano el nombre de sus integrantes. El interés general debería prevalecer sobre sus ambiciones particulares, por legítimas que estas sean. Pero no lo hace.

Si persiste en los próximos días esta resistencia numantina y vamos a nuevos comicios, la victoria está cantada: en el escrutinio, Mariano Rajoy. En las urnas, la abstención. Y en la sociedad, el desencanto con la democracia. Por goleada.