ARCADI ESPADA-EL MUNDO

RECORDARÁ cualquiera cuánto se llegó a hablar de causas durante el Proceso. Causas económicas, políticas, culturales y hasta la causa de la dignidad se invocaron con fatigosa frecuencia. Ninguna era real. En Cataluña había y hay problemas, como en cualquier lugar a cualquier hora del día. Pero ninguna causa que justificara un golpe contra la democracia. Las llamadas causas solo enmascaraban la gran causa mayor: la xenofobia de una parte de la población y su resuelto deseo de no seguir viviendo con el resto de españoles. La xenofobia venía de antiguo. Está anclada en la naturaleza humana y la excitan determinados relatos culturales. Y lo que más la excita es saber que puede ejecutarse con una vergüenza mínima.

Durante los últimos cuarenta años el mundo pareció maravillarse de que España fuera un lugar inmune a la pulsión xenófoba. Era falso: se expresaba con gran potencia y confort en el País Vasco y en Cataluña. Durante mucho tiempo estuvo reducida a la protesta y al desprecio, que reflejan vocabularios como maketo y charnego. Hasta que las élites políticas creyeron que había llegado el momento de alcanzar el último escalón de cualquier aspiración xenófoba que se precie y decretaron que iban a separarse materialmente de los indeseables.

Ya deben de ir viendo por donde voy.

Se esgrimen muchas causas de la aparición del Partido del Ejido. A pesar de que yo escribo más de lo que debería se asegura que en España rige una dictadura de la corrección política. Se da por hecho que el Estado democrático ha sido humillado por el gobierno de Cataluña, quiero decir por el gobierno de Cataluña que está en la cárcel. Hay, incluso, una bobísima que ha escrito en Diario Femenino que Jordan Peterson es el responsable del Gran Salto Ejidense. Ennoblecimientos. Lo único realmente sustantivo es que un grupo de españoles xenófobos ha encontrado finalmente donde desovar.

Estos supuestos patriotas –denunciantes del patriotismo constitucional español y su latinajo petrarquista impecable: Ex variis unum–, que llevan siempre a gala lo férreo de sus convicciones, se permiten decirle ahora a Ciudadanos que abandone las suyas y negocie con ellos el gobierno de Andalucía. Invocan un bien mayor, como si hubiera bien mayor que la defensa de los derechos de la ciudadanía. Ignoran que Ciudadanos nació, se nombró y creció para defenderlos, para que la moral del derecho de suelo no cediera ante el derecho de sangre ni la razón ante la identidad. Y extienden, estos ejidenses, una desmoralizadora sospecha: que su aversión a la xenofobia nacionalista catalana no era más que un modo provisional y agazapado de dar salida a la propia.