La cita era ayer a mediodía en la Plaza de Castilla y el éxito de la convocatoria se sustanció en miles de asistentes. ¿Cuántos? Pues según: la Delegación del Gobierno calculó 25.000 y los organizadores 400.000. Había gente en la concentración convocada por la Plataforma por la España Constitucional y no había entre los asistentes partidarios de Pedro Sánchez. Debo confesar que los dos primeros testimonios dejaron un poso de inquietud en mi ánimo. No asistió Feijóo, sí el líder de Vox, que tomó la palabra en esa línea que prodiga tanto de quejarse preferentemente del PP y de su actitud colaboradora con el socialismo sanchista. Luego tomó la palabra el nuevo valor en alza del PP, su vicesecretaria de Organización, Carmen Fúnez. Yo comprendo que lo que voy a escribir ahora mismo puede poner a prueba su equilibrio intelectual y su capacidad de valoración pero es tan pesada y tiene tanto desparrame discursivo como Cuca Gamarra, no diré más.
Tengo para mí que la oposición realmente existente debería haber tomado buena nota de la exigencias que reclamaba el pueblo llano en el mediodía madrileño, fundamentalmente elecciones, y algunos pronósticos no muy favorables para el futuro de Sánchez: “nuestro presidente es un delincuente” y “Sánchez dimisión”, entre los más coreados. La derecha española debería aprender a ponerse de acuerdo en lo que les une, en ese primer objetivo que debería ser sacar el colchón de los Sánchez Gómez de La Moncloa, pagándoles el porte su fuere preciso hasta el piso que les compró don Sabiniano en Pozuelo de Alarcón.
La cuestión es que Pedro Sánchez está viviendo unas apreturas notables, no hay más que fijarse en el amontonamiento de casos que lo sitúan a él encima de todas las corruptelas familiares, institucionales y del partido cuya secretaría general ostenta. Los dos últimos capítulos son la resolución unánime del Tribunal Supremo para imputar al fiscal general del Estado y el auto del Tribunal Superior de Justicia de Madrid fallando la inadmisión de su querella contra el juez Peinado, al que acusa de cometer prevaricación por tomarle declaración personalmente en la Moncloa, en lugar de hacerlo por escrito como él pretendía. Es muy recomendable leerse el auto y comenzar por el voto particular del magistrado Jesús Mª Santos Vijande. Es una pieza magistral que coloca a Pedro Sánchez ante un caso que va algo más lejos de lo que le imputaba la mayoría del tribunal. Hay, sin embargo, en su voto, un error que cometen muy a menudo mis colegas del periodismo, que consiste en emplear el verbo adolecer como si fuese sinónimo de carecer. Y lo hace dos veces: cuando escribe “adolece de todo fundamento” y “adolece de virtualidad”. Pero en lo demás es perfecto, aunque seguro que el joven Escolar y el maduro Max Pradera, que fue el primero en querellarse contra Juan Carlos Peinado y que después del fiasco de la querella de Sánchez se le ofrecía como asesor jurídico. Es de lamentar que Borges no llegara a conocerlo para añadir un capítulo a su magistral ‘Historia Universal de la Infamia’: El feroz mentiroso Sánchez-Castejón o el querellante improbable. Los partidos de la oposición deberían confiar más en Pedro Sánchez y no empeñarse en mejorar su obra con querellas extravagantes.