El quite de Arrimadas

Ignacio Camacho-ABC

  • La veleta gira igual que la bisagra, pero en política una tiene malas connotaciones y la otra goza de buena fama

Al partido Ciudadanos se le reprocha a menudo el papel de veleta, que es el mismo concepto de bisagra pero en versión despectiva: las dos giran aunque una tiene mala fama y la otra buena. Razones sobradas hay para atribuirle los cambios de criterio y de rumbo que, aunque propios de su vocación tercerista, acabaron por desconcertar a sus votantes. Lo que no cabe, sin embargo, es censurarlo a la vez por no tomar una decisión y por tomarla, como ha ocurrido con el acuerdo con Sánchez. Muchos de los que le reprochan a Arrimadas el capotazo de ayer descalabraron en noviembre a Rivera por negarse a firmar un pacto a lo grande. Y el presidente sigue siendo ahora el

mismo político fullero, sectario y de poca palabra -aunque de mucha palabrería- que era antes. La nueva líder de Cs corre un riesgo evidente al echarle un cable porque confiar en él es como tirar la cartera en la calle. Pero su antecesor hizo lo contrario y hoy es un señor que sale en las revistas porque va a ser padre del bebé de una cantante.

Quizá el problema sea que en esta España de trincheras no hay sitio para un partido de centro. La dialéctica frentista que impulsa la autodenominada «coalición de progreso» exige compromisos de alineamiento que calcinan los espacios intermedios. Sánchez e Iglesias tildan de fascista a todo el que no esté con ellos y en las derechas ha crecido un sentimiento de auténtica aversión al Gobierno. Cualquiera de los bandos acribillará al que se interponga en la línea de fuego. A Arrimadas le puede costar caro el intento: para los conservadores es una desertora y la izquierda le ha perdonado la vida de momento pero no va a dejar de tratarla con desprecio. Se dará cuenta cuando Sánchez reabra la agenda catalana para recomponer los puentes con el separatismo insurrecto. O quizá mucho antes, si en un par de semanas el presidente incumple como suele el flamante convenio y ella se queda colgada de sus buenos deseos y con una lacerante sensación de tomadura de pelo.

Con todo, el quite de Cs ha liberado al PP de un aprieto y ha demostrado que el jefe del Ejecutivo negocia cuando le interesa y que si no lo hace con Casado es porque quiere aislar a la derecha. Los populares se habían dejado conducir a una ratonera; si tumbaban el estado de alarma le ofrecían al adversario una salida abierta para escapar de la presión de su incompetencia, y si consentían la prórroga le entregaban a Vox la baza que mejor juega. Su error consiste en haberse centrado en el decreto de emergencia y no en el demencial plan de desconfinamiento que no remedia el síncope productivo ni mejora la gestión de la pandemia. Sin embargo han ganado algo de tiempo para ofrecer una alternativa a la altura de su relevante posición política. A Abascal aún le produce rédito su retórica agresiva pero quien aspira a dirigir la nación no se puede conformar con ejercer de comentarista.