DAVID GISTAU – ABC – 01/09/16
· Pablo Iglesias «Su verborrea absurda de macho alfa de la revolución empieza a sonar autoparódica»
La irrupción de una nueva generación joven que se cree convocada por el destino –como todas– para ser ella la que funde el porvenir del momento ha hecho que se disparen los chismes sobre ligues y coitos. El patio del parlamento es el de un colegio en el que sólo falta la circulación de notitas de amor. Hay mucho sexo en el ambiente, créanme, como confirmando que muchas de las grandes empresas del hombre están en realidad concebidas para ligar. Esta otra «Belle Époque» de Alberti, la de la guerra repetida como farsa, es una adaptación parlamentaria de «Porky’s», con fotogenia revolucionaria, que nos pilla viejos a Rajoy y a mí. Y no sigo porque, igual que Peñafiel, valgo más por lo que callo que por lo que digo.
Pedro Sánchez se presentó en el Hemiciclo con la necesidad de justificar una obstrucción que tiene a todas las Casandras arrancándose cabellos mientras profetizan por las calles. Si vamos a poner en riesgo la Patria, debió de pensar, e incluso los editorialistas del órgano socialdemócrata participan en el «chantaje» al PSOE, que al menos se sepa por qué, más allá de las razones ideológicas por las cuales el PP es un antagonista natural. Mal gobierno. Corrupción en el PP como para abarcar entero el Código Penal –quiero pensar que asesinatos aparte–. Falta de credibilidad personal de Rajoy. Una legislatura «absolutista» basada en agredir el Estado de bienestar.
Fueron tantos los motivos para avalar el «NO», y expuestos de un modo tan contundente y hostil, que Sánchez ya jamás podrá alterar esta posición suya sin liquidarse a sí mismo: se encadenó al «NO» como la baronesa Thyssen al árbol aquel del paseo del Prado, y el PSOE no podrá encauzar un camino de vuelta hacia el acuerdo si no es conspirando primero para sustituir a un secretario general elegido en primarias por la militancia.
Terceras elecciones
Sólo las terceras elecciones nos permitirán descubrir si Sánchez es penalizado por obstruccionista y por agravar las incertidumbres o si, por el contrario, es premiado en términos ideológicos por haberse resistido a una deglución por parte de «la derecha», que usó las urgencias nacionales como coartada para fomentar la idea de que sólo una presidencia de Rajoy desviaría la trayectoria del meteorito que nos trae la destrucción como especie.
A diferencia de la víspera, Rajoy tuvo una gran jornada parlamentaria. Socarrón, irónico, cómodo en un debate inútil en el que al menos decidió divertirse. Sobre Sánchez quiso echar la responsabilidad de los horrores que padeceremos por no formar gobierno y no reconocer los consensos constitucionales que hacen de PP y PSOE partidos más semejantes de lo que indican los prejuicios ideológicos: al menos, hermanados por el hito original de la Transición que otros anhelan hacer ahora declarándola la trampa del franquismo lampedusiano. Se burló de su trayectoria y de sus pobres resultados electorales: «Si yo soy malo, ¿usted qué es? ¿Pésimo?». Con todo, resuelto el ingrato debate con Sánchez, que era el más trascendente, con quien Rajoy mejor se lo pasó fue con la muchachada revolucionaria.
Desaparecido el efecto agitador, Pablo Iglesias tiene un problema: su verborrea absurda de macho alfa de la revolución empieza a sonar autoparódica. Pablo Iglesias se parece a Joaquín Reyes haciendo de Pablo Iglesias. Lo cual es la versión propia de estos tiempos ramplones de aquella frase de Victor Hugo según la cual Napoleón fue el primer loco que se creyó Napoleón.
Su maniqueísmo, su esquematismo sectario, así como su atribución de la única pureza posible –todos los demás somos sicarios de «los ricos»– y de la única representación de La Gente –en el PP no existen votantes que madruguen para currar, se ve, no congrega seres humanos, sino cyborgs del Ibex 35–, han ido languideciendo hasta transformarse en un gag que ni siquiera vemos por primera vez. Por más que se dé ínfulas de orador sobreactuando como si acabara de bajar del tren en la estación de Finlandia.
Fiebre utópica
En el colmo del narcisismo, dijo que el «odio de los poderosos» le da honra, lo legitima. Pues bien: Rajoy le negó esta acreditación. No lo odió, no se tomó en serio su rap mesiánico, sino que lo educó con una condescendencia paternalista, como si hubiera entrado en la habitación de su hijo el atorrante, como si Iglesias necesitara que alguien le explique cómo funcionan las cosas mas allá del tuit, del grafiti, de la impostura.
Así, le apagó la fiebre utópica con datos y descensos a lo prosaico. Iglesias, vocero de una contracción nacionalista de extrema izquierda que pasa por el antieuropeísmo, necesita que le expliquen incluso que la transferencia de decisiones a Bruselas no es un ataque a la «soberanía española», sino una integración en la soberanía europea. Es decir, lo mejor que le sucedió a España en todo el siglo XX, el acto con el que de verdad terminó esa Transición que Iglesias denosta.
DAVID GISTAU – ABC – 01/09/16