Florentino Portero-El Debate
  • La defensa implica proyectar disuasión y, si las circunstancias lo requirieran, hacer uso de la fuerza. Si la OTAN está en cuestión y la UE no tiene competencias, la responsabilidad recae en los estados. Cada uno debe revisar su estrategia de seguridad nacional, en el caso de que la tengan , y fijar objetivos precisos

Se acabó. Los europeos no podremos seguir delegando nuestra seguridad en el contribuyente estadounidense. De hecho, a estas alturas ni siquiera estamos seguros de si en el futuro seguiremos siendo aliados. Queramos o no tenemos que hacernos cargo de nuestra seguridad, pero ¿cómo?

Tras décadas de «protectorado» norteamericano nos hemos acostumbrado a hacerlo desde una institución multinacional. Sin embargo, una OTAN sin liderazgo será incapaz de cumplir esa función. La Unión Europea está abierta a evolucionar hacia la plena asunción de las competencias propias de la acción exterior, pero a fecha de hoy éstas residen en los estados y son la pieza más valorada y sensible de su soberanía. Más aún, estamos viviendo un tiempo caracterizado por el auge de los nacionalismos y el cuestionamiento tanto del Estado de derecho como de la propia Unión Europea. Por ello es poco probable que los europeos aprobemos en un tiempo breve dar un salto adelante en el proceso de integración continental, salvo que una crisis aún mayor de seguridad nos ayude a entender que en un entorno globalizado sólo juntos podremos defendernos.

La Comisión Europea sí tiene competencias sobre economía, en particular sobre fiscalidad e industria. Los europeos apenas tenemos un sector industrial de la defensa, consecuencia de que dejamos de comprar, tras decidir unilateralmente que habíamos consolidado la paz. No hay defensa sin armamento y munición. Por todo ello es comprensible la creación de una Comisaría de la Defensa en la Comisión y que la actividad de políticos, funcionarios y legisladores sea incesante en estas fechas. La publicación de un Libro Blanco – Joint White Paper for European Defence Readiness 2030 – es un encomiable primer paso para poner en orden las ideas con las que comenzar a trabajar para, en apenas cinco años, superar la penosa situación en la que nos encontramos y avanzar hacia una defensa europea creíble.

Las capacidades son imprescindibles, tanto en su disposición como en su mantenimiento. Ningún estado europeo puede adquirir todo lo que necesita en su propio mercado. Puesto que estamos hablando de alta tecnología inevitablemente nos encontramos con dependencias de un estado respecto de otro, que pueden suponer una grave vulnerabilidad. Muchos gobiernos están adquiriendo cazas F-35 tanto por su calidad como porque suponen un gesto hacia los Estados Unidos. Pero, si llegara el momento de utilizarlos ¿permitiría Washington su uso a pleno rendimiento? Lo mismo podemos decir de otros casos en relaciones entre europeos. Solo podemos recuperar el tiempo perdido si actuamos de manera conjunta, pero con suficientes garantías.

La defensa implica proyectar disuasión y, si las circunstancias lo requirieran, hacer uso de la fuerza. Si la OTAN está en cuestión y la UE no tiene competencias, la responsabilidad recae en los estados. Cada uno debe revisar su estrategia de seguridad nacional, en el caso de que la tengan, y fijar objetivos precisos, para así poder dar paso a una política de adquisiciones coherentes. Pero lo serán para cada uno de los estados europeos, no para el conjunto.

De igual manera recaerá en los estados la decisión y forma de hacer uso de la fuerza, salvo logro de un acuerdo en la OTAN. Estamos lejos de un mando conjunto en la UE, ante la ausencia de una autoridad política y la evidencia de que las visiones no son siempre compatibles. El resultado es que avanzamos con decisión hacia el siglo XIX en lo estrictamente defensivo y no parece que sea la mejor fórmula para afrontar los retos del siglo XXI.

El tema más delicado es, sin lugar a duda, el nuclear. Si quienes nos amenazan son potencias nucleares, con enormes arsenales estratégicos y tácticos, necesitamos poder disuadir y combatir. Francia y el Reino Unido tienen esas capacidades, pero en cantidades limitadas y dirigidas a establecer una disuasión estratégica. La posibilidad de extender ese escudo al conjunto de Europa es mínima. Ni su tamaño, ni su función resolverían el problema y, sobre todo, no habría ninguna seguridad de que los gobiernos de Londres o París pusieran en peligro a sus conciudadanos por defender, por ejemplo, a Polonia. Los europeos tenemos que responder a esta vulnerabilidad. Puesto que ya no podemos confiar en la cobertura de Estados Unidos y la UE carece de competencias para ello, la responsabilidad recae en los estados. A nadie puede por ello sorprender que el debate sobre la necesidad de disponer de capacidad nuclear propia ya se haya abierto en Alemania y en Polonia. De avanzar en esa línea estaremos realmente entrando en una nueva época en lo que concierne a la seguridad europea que, ante la crisis de nuestros sistemas políticos y el crecimiento de partidos que cuestionan el vigente orden europeo, debería preocuparnos muy seriamente.