Francisco Rosell-El Debate
  • En esa encrucijada, Sánchez no prepara el rearme de una Europa que comienza a percibirlo como su talón de Aquiles —«¡Es como Orban!», manifiesta Manfred Weber, presidente del PP Europeo—, sino el suyo

En Ciudadano Kane, la obra maestra de Orson Welles sobre el magnate de la prensa Hearst, quien amasó su fortuna con mentiras que originaron la guerra de EEUU contra España en Cuba, su protagonista expira en su mansión Xanadú susurrando «Rosebud». Mucho se ha especulado sobre la hermética palabra yendo desde la versión más venial —evocación del trineo como expresión de su dicha infantil— a la más osada apuntando al apelativo efusivo Capullo de Rosa con el que Hearst se refería a su amante. Al margen de cuál sea la respuesta al rompecabezas cuasi irresoluble de la vida del potentado, «Rosebud» evoca un gozoso ayer infantil en un trineo que se desliza sin más inquietud que un fortuito vuelco.

Por eso, con un Consejo de Ministros abierto en canal y con sus socios parlamentarios desangrándolo, el inquilino de la Moncloa bisbiseó su «Rosebud» el miércoles en el debate en las Cortes sobre la contribución española al rearme europeo para reemplazar el paraguas norteamericano y afrontar el expansionismo ruso tras engullir parte de Ucrania. Así, dado que no cuenta con votos ni los busca de veras para no menguar sus bajas expectativas ante un electorado remiso a ello, en su (im)comparencia habló del «momento COVID» al que le apetecería regresar como Hearst a «Rosebud».

Pese a su calamitosa gestión del COVID, luego de retardar criminalmente la declaración de la pandemia por enarbolar el 8-M de 2020 la pancarta del Día de la Mujer, Sánchez ha salido indemne. Para Sánchez, otro «momento COVID» entraña que la UE asuma la financiación para que España cumpla con el 2 % del PIB en Defensa sin mermar el gasto social. Pese a que intentó dar gato por liebre a un hemiciclo que no estaba para que sus cuentos pasaran por cuentas, no se puede prometer mantequilla y cañones como tampoco sorber y soplar a la vez.

Pero, es más. Si Sánchez emprendió con el COVID su deriva autoritaria, arrogándose atribuciones cesaristas y poniendo rumbo a lo que el magistrado emérito del Tribunal Constitucional, Manuel Aragón Reyes, denominó una «dictadura presidencial», ahora pretende dar un acelerón al ser mayor su apremio. De la misma manera, si entonces su doble estado de alarma durante el COVID fue estimado inconstitucional por la Corte de Garantías, con el voto en contra de ese sacrílego del Derecho en que ha degenerado su hoy presidente, Cándido Conde-Pumpido, éste anda presto ahora en bendecir cualquier tropelía sanchista con la toga embarrada que gasta desde su época de fiscal general del Estado con Zapatero. Al paso que va, puede terminar enfangado en su propia defensa como Álvaro García Ortiz tras pervertir éste el Ministerio Publico en Ministerio Privado de la Moncloa. De hecho, ya ha empezado con la Audiencia de Sevilla y su traslado al Tribunal de la UE del indulto con el que él agració a los capos del PSOE andaluz causantes del fraude milmillonario de los ERE.

Reinstaurar el «momento COVID» es para Sánchez una oportunidad de granjearse dinero europeo y tener manos libres para maniobrar sin el Parlamento en un periodo de bloqueo por no querer someterse a una moción de confianza —como sus homólogos alemán y luso— ni anticipar comicios para no despeñarse por el desgalgadero. Ante su desvergonzado enroque, tampoco cabe una moción de censura que está abocada al fracaso porque sus aliados no quieren desaprovechar la debilidad de quien precisa la coraza de la Moncloa ante las imputaciones familiares y de partido. Para Sánchez, no hay más obligación que la que impone la necesidad.

Al perder las riendas que imaginó asir, su «somos más» suena ya tan vano como cuando, en su hundimiento, Hitler urgía rabioso a sus edecanes que movilizaran a divisiones ya rendidas. En esa encrucijada, Sánchez no prepara el rearme de una Europa que comienza a percibirlo como su talón de Aquiles —«¡Es como Orban!», manifiesta Manfred Weber, presidente del PP Europeo—, sino el suyo. Un acto de desesperación que presagia lo peor para una España que despedazan como alimañas sus sosias Otegui y Puigdemont, un asesino etarra y un golpista, tras auparlo a la Moncloa para que fuera el caballo de Troya de la destrucción de una nación alegre y confiada como la Europa que quiere subsistir con una mochila de boy-scout. En tales manos, el Ejército Europeo es una entelequia para el que, como avisa la exministra de Exteriores con Aznar, Ana Palacio, Úrsula «Woke» Leyen carece de cuajo y de Tratado. A la Constitución europea le falta un conminatorio artículo 5 de mutua protección como el de la OTAN. Ahora bien, sin EE.UU., la Alianza Atlántica es un paraguas sin bastón que sujete las varillas.

Invocando el «momento COVID» cual plegaria de ateo, Sánchez aguarda al verano para ver qué resuelve la cumbre de la OTAN y si, con la mudanza estacional, Conde-Pumpido dispensa su bula de papa del Palmar de Troya al prófugo Puigdemont burlándose de nuevo del Tribunal Supremo, lo que le dotaría de sus primeros presupuestos de la legislatura, si bien las partidas militares habrán de rastrearse como bolitas del trile. De no ser así, Sánchez expirará musitando «momento COVID» como Kane «Rosebud», mientras la bola de nieve se desprende de su mano rodando hecha pedazos con uno de ellos reflejando la llegada de la enfermera que lo tapa con la sábana que pone asimismo fin a su efímero retorno al paraíso perdido del ayer.