IGNACIO CAMACHO-ABC

  • No es lo mismo que te llame la esposa del presidente que cualquier otra persona. Sí, señora. Déjelo en mis manos, señora

Lo llamó «la secretaria de la señora Gómez Fernández». Le dijo que su jefa quería conocerlo porque tenía una serie de proyectos. Y él fue. El rector magnífico de la Universidad Complutense, la mayor y más importante de España. No sólo fue; se dio prisa en acudir. Porque la secretaria (oficial) de la señora Gómez Fernández llamaba en realidad de parte de la esposa del líder del Gobierno. Y no es lo mismo que te llame una funcionaria de la Presidencia que cualquier otra persona. En este último caso, el rector magnífico le habría dicho que solicitase una entrevista por correo electrónico a su gabinete, en tiempo y forma, y en caso de concederla, habría citado a la peticionaria en el campus, a tres minutos en coche del Palacio de la Moncloa.

Ahí está todo. En la declaración del señor Goyache en el juzgado, publicada por ‘El Confidencial’, el testigo aporta la principal clave del caso, que consiste en que la Universidad aceptó la primera y todas las demás solicitudes de inmediato porque sus responsables eran conscientes de con quién estaban tratando. A partir de ahí, lo demás vino rodado: la rápida concesión de la cátedra especial a una aspirante sin titulación, la vista gorda sobre su inexperiencia, la tramitación exprés del papeleo, el lío de la propiedad del ‘software’, la adjudicación automática de contratos. Todo lo que ha desencadenado un escándalo que podrá o no constituir ilícito penal pero tiene un claro carácter de acceso privilegiado.

Si la hipotética ciudadana común hubiera expuesto sus aspiraciones por el procedimiento ordinario le habrían contestado cortésmente que no estaba cualificada o, en el más amable de los supuestos, que recibían con interés la idea y la pasarían a la correspondiente comisión para estudiarla. Como se trataba de quien se trataba, el rector le dio su número de teléfono particular para que se comunicase con él por Whatsapp y la iniciativa fue puesta en marcha con todos los pronunciamientos conformes en pocas semanas. Aparecieron patrocinadores por ensalmo y la flamante catedrática comenzó a desenvolverse en la esfera universitaria con la naturalidad de quien se sabe portadora de vara alta.

Puede que al rector esto le parezca normal. Te llama la mujer del presidente, vas cagando leches, con perdón, y te cuadras. Sí, señora. Claro, señora. Qué idea tan estupenda, señora. Déjelo en mis manos, señora. Y te pones manos a la obra. Pero no, no es normal. Ésa no es la actitud de un rector magnífico sino de un pelota que además tiene bien presente que el favor no se lo está haciendo a la susodicha señora. Y ésta, a su vez, conoce el contexto y lo explota. Sin necesidad de ninguna referencia expresa: basta con el escenario donde se celebra la cita para que ambos comprendan a qué juegan. El viejo juego de la privanza, la influencia, las prebendas. No hay más preguntas, aunque faltan muchas respuestas.