El Correo-LORENZO SILVA
Mientras Torra insista en no conformarse sino con lo inaceptable, Sánchez se condena a un picado contra el cemento
El presidente del Gobierno ya ha hecho formalmente el anuncio, que es tanto como la promesa: el final del camino de la cuestión de Cataluña será un referéndum entre los catalanes. Aunque en seguida vino el matiz: un referéndum que verse sobre el autogobierno, nunca jamás sobre la autodeterminación.
Con ello se ha ganado la diatriba de todas las formaciones políticas, salvo la suya. Lo del referéndum es tabú para quienes desde posiciones unitarias, cada vez más proclives a la recentralización, no estarán nunca por la labor de apoyar que el premio por celebrar una consulta popular de corte insurreccional sea que el Estado se pliegue a poner unas urnas que, para ellos, son como poner la cama al independentismo. Lo del autogobierno es una vulneración grave del dogma separatista, que para imponer su soñada e ineludible república repudia el autonomismo como la más rastrera y ominosa de las formas de sometimiento.
Y es que el anuncio del presidente sólo puede ser entendido como un alarde o como una obviedad. Obvio es que haya una consulta entre los catalanes si se propone una modificación de los términos de su Estatuto de autonomía, porque así lo exigen las leyes vigentes. Por el contrario, en ausencia del diálogo que sería necesario para llegar a formular dicha propuesta, y sobre todo mientras falte la voluntad por parte del independentismo de acatar las leyes españolas, no habrá reforma de Estatuto que someter a referéndum alguno, por lo que sólo cabría concebir una consulta en términos que supondrían la claudicación a las pretensiones soberanistas de ejercer la autodeterminación.
Hay ocasiones en la vida en que no se puede ni nadar ni guardar la ropa, porque la piscina no tiene agua ni tampoco hay armario ni taquilla donde cobijar las propias pertenencias. En esas circunstancias, más que anunciar y con ello prometer lo que las circunstancias no permiten contemplar siquiera, más vale invitar a todos a crear una coyuntura favorable, y a tal efecto argumentar por qué sería mejor hacerlo que seguir en la senda del conflicto al que unos y otros encomiendan su espíritu. Le toca a Sánchez llenar la pileta de argumentos viables y a la vez persuasivos, y sólo entonces podrá pensar en resguardar su patrimonio político, que hoy por hoy depende de quienes día sí y día también le exigen como peaje preliminar el incumplimiento de sus deberes constitucionales. Mientras no los saque de ahí, mientras Torra insista en no conformarse sino con lo inaceptable y en despreciar la soberanía de la que emana su autoridad legal, el presidente se condena a un picado contra el cemento.
Con quienes exigen que el Estado de Derecho se disculpe por defenderse haciendo valer sus propias leyes, no cabe soñar que sea posible formular una pregunta cabal y practicable.