EL CONFIDENCIAL 17/02/16
JOAN TAPIA
Pablo Iglesias exige un referéndum en Cataluña pero no puede concretar la posición de su marca catalana
El máximo poder. Más que a un modelo venezolano recuerda el Aznar de 2000, que solo veía democrático -tras la dura contención de su primera legislatura, en la que estuvo pendiente del visto bueno de Pujol- lo que colmaba su instinto de poder. Menos mal que Iglesias solo tiene 65 escaños, porque si tuviera 176, quizá nos encontraríamos alguna ceremonia de otro tipo (no exactamente una boda pretenciosa) en El Escorial.
Pero la sed de poder de Iglesias es rara porque la repetición de las elecciones –su objetivo a corto, a juzgar por las propuestas de ayer- no le daría la mayoría absoluta de Aznar. Quizá sí -no lo creo- que sacara más diputados que Pedro Sánchez. Pero parece difícil que llegara en primera posición y pudiera formar Gobierno. Así pues, el asalto a los cielos queda reducido a comparecer el 26 de junio por la noche y anunciar que tiene más diputados que el PSOE. Ya dijo alguien que hundir a los mencheviques -a la traidora socialdemocracia- era el punto de partida de la revolución.
Pablo Iglesias quiere el poder. No sabe tanto -o le interesa menos- lo que propone para alcanzarlo. Piensa que si En Comú Podem, el nombre de su coalición catalana en las legislativas, quedó primero en Cataluña el pasado 20 de diciembre, la mejor manera de repetir resultados es volver a exigir el referéndum. Para ganar en Cataluña puede ser una buena estrategia porque el independentismo es víctima de un raro espejismo que le lleva a confundir el 47,8% con una holgada mayoría y un mandato democrático, y los catalanistas que creen que es posible un mayor autogobierno dentro de España se quedaron en poco menos que calzoncillos tras la sentencia del Constitucional de 2010 que anulaba -cuatro años después- un Estatut que había sido negociado y aprobado en las Cortes españolas y sometido luego a referéndum. CDC se ha vuelto independentista (con la fe del converso), Duran Lleida ha desaparecido y el PSC de Miquel Iceta sudó tinta para quedar el 20-D en tercera posición. Tras Podemos y ERC, pero eso sí, por delante de CDC, que aquel día cambió de nombre y se llamó Democracia i Llibertat.
En Cataluña -quizás en parte porque los resultados del referéndum de 2006 sobre el Estatut fueron ignorados por “el Madrid que cuenta”-, la demanda de una consulta goza de gran popularidad y de una gran mayoría en todas las encuestas. Una ilustrada amiga -sin veleidades independentistas e interesada más en la literatura que en la política- me decía el otro día con santa indignación: “Al menos, que nos dejen votar”. Sorprendido, le argumenté que votamos cada cuatro años al Parlamento catalán y al español desde 1980 y 1977 respectivamente y que nunca los partidos independentistas han tenido el 51% de los votos. “Sí, pero que nos dejen votar”, fue su rotunda contestación. Si Pablo Iglesias quiere repetir las elecciones y volver a ganar en Cataluña, comprendo que recurra a San Referéndum, que es aquí incluso más popular que la Virgen de Montserrat. Y más contemporáneo porque no ha sido canonizado.
La primera lectura de las exigencias de Podemos -no solo la de la consulta- es que la coalición quiere entorpecer la investidura de Pedro Sánchez
Pero el referéndum, ¿para qué? ¿Solo para que la coalición de Pablo Iglesias y Ada Colau vuelva a ganar las legislativas en Cataluña? Comprendo que ERC y CDC pidan un referéndum porque su objetivo es la independencia. El referéndum es un medio y si algún día se celebra, ERC y CDC saben muy bien que pedirán el ‘sí’.
ERC y CDC son coherentes. Piden un referéndum y nunca han ocultado que es para marcharse de España. Lo extraño es que lo pida Podemos sin añadir el para qué. ¿Para quedarse, como ha dicho alguna vez Pablo Iglesias que desea y hará campaña por ello? ¿Para irse, como defiende alguno de los dirigentes -pero ni de lejos todos- de En Comú Podem? ¿Para que unos dirigentes de Podemos pidan una cosa y otros, la otra, y dar así ejemplo de lo que es un partido plural? ¿Como un ejercicio saludable en el que lo importante es el cómo -la gimnasia- y el resultado es secundario?
Bueno, proponer un referéndum sin decir para qué es propio de teóricos conectados con los libros o de políticos electoreros a los que solo les interesa ganar. Un programa de gobierno exige el referéndum para algo, salir de la OTAN como sugirió Felipe González en el 82. O para quedarse con reparos, como hizo Felipe González años más tarde, y estuvo a punto de perder porque Fraga y Pujol abogaron por el ‘no’. Pero no para votar por votar. A no ser que solo interese ganar las elecciones y del programa -y el referéndum- ya nos enteraremos luego, cuando manden sobre el CNI.
Además, pedir como condición ‘sine qua non’ un referéndum en Cataluña para la votación de investidura es absurdo. Solo puede obedecer al desconocimiento total de la realidad o a la voluntad de impedir la investidura del líder del PSOE. No tanto por las opiniones -a veces peregrinas- de los barones socialistas sino porque constitucionalmente es -hoy por hoy- inviable. Uno de los puntos clave de las propuestas tanto de Podemos como del PSOE es la reforma constitucional, y es evidente que esa reforma solo se podría hacer tras un diálogo complicado y una negociación seria con el PP, que tiene la llave de la reforma constitucional que necesita el voto favorable de las dos terceras partes del Congreso y del Senado. Abrir la legislatura convocando, en base al artículo 92 de la Constitución, un referéndum en Cataluña, implicaría empantanarlo todo desde el momento cero, ya que lo primero que haría el PP sería recurrir el referéndum ante el Constitucional y cerrarse en banda a toda reforma.
Intentar un referéndum en Cataluña es inviable, porque lo primero que haría el PP sería recurrirlo al TC y toda la legislatura quedaría empantanada
Pablo Iglesias pide pues a Sánchez algo imposible. Porque está en mayo del 68 y cree que eso es lo realista, para retirarlo luego a cambio de algo, o simplemente para justificar el voto contrario a la investidura. A día de hoy, me inclino por esto último. Aunque es cierto que Artur Mas solo se esfumó al final de todo y argumentando además un pacto de estabilidad con la CUP que se está demostrando fantasmagórico.
¿Quiere Pablo Iglesias llegar a la votación del 3 de marzo con todas las incógnitas abiertas y conseguir así un protagonismo que no le podrá dar la ya dos veces repetida exigencia de una Vicepresidencia presidencial?
Iglesias dice que la consulta también la pedía hasta hace poco el PSC de Pere Navarro. Es una verdad formal y una falsedad de fondo. El PSC pedía “una consulta legal y pactada” con el Gobierno de España, que estaba en manos del PP. Ese no sería exactamente el caso de una consulta convocada por un Gobierno de izquierdas con una mayoría precaria y recurrido inmediatamente por el PP -que tiene mayoría absoluta en el Senado- ante el Tribunal Constitucional. Sería una consulta en el aire que casi con toda seguridad no se podría celebrar.
Además, Podemos exige un referéndum extraño porque no explicita -o no puede explicitar, porque no es lo mismo Podemos-España que Podemos-Cataluña- si recomendaría el ‘sí’ o el ‘no’. No sabe si para que Cataluña se quede o se vaya de España. ¿A Europa? ¿A Latinoamérica? Claro que Pablo Iglesias no está desgraciadamente solo en las incoherencias de los políticos españoles respecto a Cataluña.
La exigencia de Iglesias es popular en Cataluña porque la sentencia sobre el Estatut y la ausencia de diálogo han elevado mucho el sentimiento de desafección
Ayer oía a un dirigente del PP -creo que era el señor Fernandez Maillo– decir que Pedro Sánchez tenía que dejar claro por escrito que renunciaba no solo a los votos sino también a la abstención, a la abstención activa (desconozco qué quiere decir), e incluso a la no asistencia a la votación de investidura de los 17 diputados que tienen juntos ERC y CDC. O sea, que el partido que más habla de la unidad de España cree que la mejor forma de defenderla es fumigar a 17 diputados españoles porque son independentistas catalanes. Tras hacer naufragar el Estatut de 2006, que decía que Cataluña era una nación dentro de España, tras no intentar ni por un momento arreglar el conflicto durante toda una legislatura, ahora la solución es arrestar los escaños independentistas. Como se hacía antes con las escaleras en la mili.
Claro que tampoco se entiende la posición del PSOE, que tras defender una reforma de la Constitución en clave federal, a la hora de negociar los pactos de investidura ha reducido esa posición a una sola línea. Si la política es así y el primer objetivo de Pedro Sánchez es ser investido, vale, pero…
La conclusión patente estos días -y no solo por Cataluña- es que España está enferma de confusión crónica y desarmonía aguda. Y su incapacidad para enfrentarse a su primer problema -la integración de Cataluña- es solo una consecuencia. Pablo Iglesias pide un imposible -un referéndum en Cataluña-, pero esa exigencia refleja un sentimiento muy extendido (mayoritario en todas las encuestas) que indica que desde hace años algo funciona mal. Es la desafección ya advertida por Montilla y de cuyo aviso nadie en Madrid -ni Rajoy ni Zapatero, ni el PP ni el PSOE- hizo caso. Hoy está claro que aquellos oídos sordos fueron un craso error y que Montilla debería haber subido el tono. Al contrario que Pablo Iglesias, hablaba bajito.