Miquel Escudero-EL CORREO
Un amigo ve ingenuo que en mi último artículo (‘Solidaridad y ciudadanía’) plantease el interés de abordar la heterogeneidad en una sociedad organizada, de acuerdo con los principios de la democracia y la dignidad humana. Viene a decirme que no se puede mezclar el agua con el aceite, pues tienen diferente densidad. Por supuesto que es así, pero estamos hablando de personas y no de cosas y en su mensaje asume que ‘cristianos’ y ‘sarracenos’ son incompatibles. Sucede que hay que ir más allá de las etiquetas y estas abren el paso a la xenofobia, entre otras hostilidades. El miedo y la aversión al extraño corroen los apegos naturales que propicia el intercambio cultural, el cual requiere cortesía, respeto y generosa reciprocidad.
Los principios de la democracia y la dignidad humana son universales y trascienden a las tribus, por milenarias que sean. Hay que dejar atrás los guetos e instalarse en lo intercultural, donde cada individuo tenga libertad de elegir sus ideas y preferencias. Solo superando los tribalismos con liberalismo igualitario se asegura la convivencia.
El proyecto «libertad, igualdad y fraternidad» se ajusta a la condición personal de los hombres y es la base irrenunciable de una vida humana razonable. Está por encima de las manipulaciones que puedan darse, como ocurrió durante el terror que trajo la Revolución francesa. En ‘El Quijote’, por cierto, se dice que la verdad «siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua», y se distinguen claramente.
En la Grecia antigua ‘xenia’ significaba amistad hospitalaria, un regalo para quienes estaban en la vida, donde a decir verdad todos aparecemos como invitados.