- Desde la perspectiva de la izquierda a la que dice pertenecer, la contrarreforma laboral de la vicepresidenta Díaz es un fraude político, y el mejor regalo de Reyes que le podían hacer a Pedro Sánchez
Yolanda Díaz Pérez nació en Fene, La Coruña, donde se ubica un singular Museo del Humor en el que quizá algún día le hagan sitio, sección bromas pesadas, al burdo ejercicio de prestidigitación protagonizado por la vicepresidenta-meiga, capaz de volatilizar los compromisos adquiridos y a continuación vender la burla como un gran avance social. De la legislación laboral de Rajoy no iba a quedar vestigio reconocible. Lo dijo en la Fiesta del PCE (27 de septiembre); lo reiteró al poco en el Congreso de Comisiones Obreras (23 de octubre): “Vamos a derogar la reforma laboral pese a todas las resistencias”. Sin embargo, solo unos días después, 4 de noviembre, reconocía que “técnicamente” tal derogación no era posible. Nada por aquí, nada por allá: “No vamos a tocar el despido”, soltó en La Sexta con esa dulzura que reblandece el reproche.
La contrarreforma laboral de Díaz es un pigmeo normativo, un apaño para salir del paso en el que lo más relevante es el blindaje de los intereses sindicales, no siempre coincidentes con los del conjunto de los trabajadores, en especial con los de los parados; un parche cuya finalidad principal fue siempre la misma: no provocar taquicardias en la UE, no cabrear a los “halcones” de la Unión con una legislación que supusiera un significativo incremento del gasto público y mayores sobrecostes a las empresas. Yolanda lo sabía, pero siguió adelante. Se reafirmó en la voluntad derogatoria a sabiendas de su inviabilidad. Lo hizo porque necesitaba marcar distancias, adjudicar a otros (al PSOE, a Sánchez, a Calviño) la frustración resultante, para no quedar antes de tiempo fuera de la carrera sucesoria tras el vacío que dejó el gran timonel de la nueva izquierda.
Díaz reafirmó su voluntad derogatoria a sabiendas de su inviabilidad. Lo hizo porque necesitaba marcar distancias, adjudicar a otros, al PSOE, a Sánchez, a Calviño, la frustración resultante
Díaz, que hablaba de política y hacía política mucho antes de saber lo que era una Sasoon Way, ha sido siempre consciente de que solo un cambio de narrativa evitaría el desastre. De este modo, y en concreto desde el 23 de diciembre, lo esencial ya no es el contenido del acuerdo, sino que haya habido acuerdo. Desde ese día, la revocación de aspectos básicos de la reforma del PP ha dejado de ser condición irrenunciable para favorecer el bien superior del consenso. La izquierda dialogante frente a la derecha intransigente; incluso antipatriótica. No han sido pocos los que le han comprado el relato. En estos días algunas lecturas daban vergüenza ajena. Acuerdo histórico, han llegado a calificar los escribas de confianza una reforma que ni prepara el terreno para abordar los profundos cambios que se avecinan en el marco de las relaciones laborales, ni es de lejos el instrumento que se necesita para resolver los problemas estructurales que lastran el mercado de trabajo español.
COO y UGT, garantes de la paz social
Lo que sí consigue Yolanda Díaz con su reforma light es conectar con esa izquierda más pragmática que mira para otro lado, avergonzada, cuando constata la creciente desconexión de Unidas Podemos con la realidad y las urgencias del país; o por enésima vez comprueba la patética estulticia de un ministro del Gobierno que cada vez que pretende hacerse un hueco en la agenda mediática provoca un incendio (Alberto Garzón). Lo que la vicepresidenta-meiga sí ha sabido interpretar es que ya apenas queda vida inteligente en Unidas Podemos; que hay que salir corriendo de ahí; que una cosa es el Papa Francisco y otra la certeza de que no hay liderazgo transversal que valga al lado de las Belarra y Montero. Lo que aún no sabemos es cuál va a ser el precio a pagar. Porque desde la perspectiva de la izquierda a la que dice pertenecer doña Yolanda, esta contrarreforma es un fraude político; y el mejor regalo de Reyes que se le podía hacer a Pedro Sánchez.
Con el horizonte más despejado, y si nada se tuerce, quizá sea el propio Sánchez quien en los albores de 2023 se regale la convocatoria de otras elecciones generales
Sin duda el gran beneficiario de la rectificación de la vicepresidenta es el líder del PSOE. Sin apenas dejarse pelos en la gatera, Sánchez ve cómo la contrarreforma laboral provoca tensiones no fáciles de reconducir en el molesto socio de gobierno; abre un boquete -ya veremos de qué tamaño- en la retaguardia de Yolanda Díaz y en su proyecto; obliga al PP a exhibir, otra vez, sus contradicciones; y lo más importante: (1) da a Bruselas lo que Bruselas pedía para desbloquear en 2022 la entrega de fondos europeos (no parece probable que Podemos se atreva a reventar el acuerdo); y (2) se garantiza en este año, a través de UGT y Comisiones, unos niveles asumibles de conflictividad laboral. Negocio redondo (dicho sea sin segundas).
Los acuerdos sobre pensiones y legislación laboral son ejemplos elocuentes de la escasa ambición reformadora de este Gobierno. Paralelamente, crecen las dudas sobre la capacidad de España para aprovechar la oportunidad que nos brinda la UE para modernizar nuestro modelo productivo; y no hay señal alguna que los problemas estructurales de la economía nacional vayan a corregirse ni a corto ni a medio ni a largo. Pero 2022, si la inflación lo permite, no va a ser un año tan malo como algunos lo pintan. Será más bien de transición. Una tregua. También para los frugales. Todavía no será el momento de apretarle a Sánchez las tuercas. Y habrá dinero en circulación. Los expertos creen que lo más probable es que remonte el consumo. Nada sustancial habremos resuelto, pero hasta veremos cierta alegría en el gasto. Coyuntural, pero alegría.
Yolanda Díaz le ha regalado al presidente del Gobierno un horizonte más despejado. Y si todo va bien, si la maquinaria propagandística funciona en 2022 como debiera, quizá sea el propio Sánchez quien se regale, y nos regale, en los albores de 2023, una nueva cita en las urnas.
La postdata: cosas que pasan en la España vaciada
Hace cosa de un mes, un vándalo destruía en Cuenca una estatua instalada desde 2014 en la plazuela de la calle de San Roque. Su autor, el reconocido ceramista y pintor Tomás Bux, todavía no sale de su asombro. No tanto por el hecho en sí, sino porque a día de hoy el Excelentísimo Ayuntamiento de la capital, cuyo alcalde-presidente es Darío Dolz, sigue guardando un sorprendente silencio. Como si el suceso nunca se hubiera producido. No solo eso: ni siquiera ha tomado la decisión de actuar judicialmente contra el autor del destrozo, cuya filiación consta en la denuncia presentada por los testigos del hecho ante la Policía.
Tampoco los medios locales se han hecho eco del episodio, a pesar de que Bux es uno de los maestros artesanos más reconocidos y reconocibles de Castilla-La Mancha. Las malas lenguas atribuyen la inexplicable pasividad y ocultación de los hechos, principalmente por parte del Ayuntamiento, y la falta de una explicación oficial sobre el destrozo de una pieza que era patrimonio de la ciudad, al objeto representado por el artista: una colorida y luminosa taza de váter. Parece que el alcalde siente una insalvable vergüenza. Es sin embargo la negligente actuación de su alcalde la que provoca en muchos conquenses una indisimulable vergüenza ajena.
Cosas veredes, amigo Sancho.