Eduardo Uriarte-Editores

Coincido con Ignacio Varela que desde 2015 entramos en un nuevo régimen auspiciado por la nueva dirección socialista acaudillada por Pedro Sánchez. Régimen, al que me atrevería a calificar como un sistema cuya misión constituye alterar la Constitución del 78 hacia un marco político de izquierda populista, donde sería expulsada cualquier pretensión ajena al conjunto en el poder.

Por ello, cualquier opción reformadora, que con buena voluntad e ingenuidad, intente propiciar cualquier tipo de solución política mediante la deliberación y el acuerdo, cualquier reforma constitucional, sería rechazada precisamente por desarrollarse en el cauce deliberativo y en post del objetivo del acuerdo. Es decir, por desarrollarse dentro de los parámetros del constitucionalismo.

Para el populismo izquierdista un proceder de diálogo en el marco constitucional sería descalificado por entreguista, abandono de principios, incluso reaccionario, un lenguaje doctrinario que ya conocemos en ETA y que descubrimos en la actualidad en el Sanchismo. Lenguaje, del que hay que decir, ha hecho mella en la opinión pública. Si nos damos cuenta, el rechazo visceral a la derecha, el no es no, implica el final del marco de convivencia establecido tras la dictadura. Ahora, en estos momentos de acuerdo con Puigdemont, un golpista, estamos en el momento álgido de la ruptura y se hace, como en Venezuela, desde el mismo poder.

Para qué reforma federal o la que sea, si por la vía fáctica, decreto tras decreto, juristas al servicio, Constitucional a la faena, el ejecutivo puede propiciar cambios de tal magnitud que no va a conocer esto ni la madre que lo parió. Autodeterminación, amnistía, sobrefinanciación para Cataluña, todo eso está más que diseñado, y gracias al facticismo sanchista que en el pasado ya hemos podido apreciar, no será ninguna sorpresa. A cambio del bono gratis del tren  de media distancia, o de la promesa de 120.000 viviendas, y negar la realidad,  votamos romper España.

Con el apoyo entusiasta de Puigdemont las mutaciones legales del Procés se trasladan a la Constitución del 78. Ya el primer día de esta legislatura la presidente de la Cámara hizo su `particular mutación constitucional a la brava, sin opinión de la mesa del Congreso, estilo República de San Marcos de Bananas, al incluir los otros idiomas oficiales para el uso de sus señorías  obviando que esos idiomas son oficiales en el ámbito de sus respectivos territorios. Evidentemente un tema de apariencia menor pero que supone el disparo de salida.

En España, incluidas las autonomías en vía de independizarse, confundimos republicanismo, el gobierno de las leyes, con antimonarquismo. En España no hay republicanismo, especialmente donde más falta hace, en la izquierda, por eso fracasaron las anteriores repúblicas. No había republicanos, si muchos anarcosindicalistas, y por eso va a fracasar incluso la monarquía constitucional. Porque el bodrio que va salir de las mutaciones en trance, amnistía, autodeterminación, sobrefinanciación para Cataluña, juristas ya a la tarea y Constitucional (el que legalizó a HB) en plena faena, nos conducen al caos.

No les veo a ERC, Junts, ni a Bildu, y alguno más, no cumpliendo sus amenazas de alcanzar sus reivindicaciones, ni tampoco a Sánchez dispuesto a no mantenerse en el poder, aunque éste sea cada vez más menguado. Como la democracia. Y es que en España un beso no se le da a cualquiera, pero constituciones ya van varias.