Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
Entonces, como ahora, cuando las cosas van mal y falta liquidez para seguir pagando a fin de mes, se vuelve a escuchar aquello de Rodríguez Zapatero: “Es la hora de la política”
La crisis del euro (2007-2017) se llevó por delante a la mayoría de los dirigentes europeos, salvo Angela Merkel. La canciller alemana recoge en estas horas los frutos de su gestión contra la epidemia del coronavirus con una notable subida de aceptación en las encuestas que estiman, de manera notable, su manera de gestionar la respuesta en un Gobierno de coalición con los socialdemócratas. No llegó antes que nadie, incluso un poco más tarde, pero sí ha sido la más eficaz. Merkel aprovecha su ventaja. Ya quisiera España tener el margen de endeudamiento alemán para pedir prestado y socorrer de inmediato- sin burocracias ingobernables- a personas y empresas para taponar la herida económica que el virus deja como venenoso regalo y terrible efecto secundario. Si quisieran, los alemanes y sus socios del norte se irían del euro, pero ni lo van a insinuar como hacen algunos gallitos del sur. Cuando el presidente del Gobierno dice que o la Unión Europea le da dinero o será “un agrupamiento circunstancial de intereses mercantiles” se está echando un farol sin cartas. Le acaban de decir que España tuvo más déficit en 2019 del admitido por el ministerio de Hacienda y que nuestro vecino Portugal, con un Gobierno socialista como el suyo, cerró con superávit. De aquellos viernes tras la moción de censura contra Rajoy, estos agujeros.
La insistencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en mantener un Gobierno con Podemos nos aleja de una salida diferente que debería tener como eje un Gobierno socialista apoyado por el PP y Ciudadanos
A partir de 2008, la incompetencia de unos y la falta de empatía de otros se llevó por delante a jefes de Gobierno de distinto signo. Solo Merkel, y por poco, sobrevivió a la decisión de los votantes que fueron tumbando un gobierno tras de otro depositando, a su vez, la confianza en partidos extremistas de distinto signo. ¿Cuál hubiera sido el resultado de las elecciones generales de 2015 en España si los “hombres de negro” hubieran sacado desde tres años antes las tijeras de podar en pensiones, subsidios de desempleo y salarios del sector público? Rajoy evitó el rescate; mejor dicho, hizo a su estilo un “no rescate”, como explica en el libro de memorias sobre su acción de Gobierno. La insistencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en mantener un Gobierno con Podemos nos aleja de una salida diferente que debería tener como eje un Gobierno socialista apoyado por el PP y Ciudadanos con un programa económico y social negociado con la Unión Europea, es decir el modelo portugués. España necesita que le fíen en Bruselas pero también un Gobierno de fiar cuando den la vez donde reparten los euros.
Mientras negaba la crisis, el entonces presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, se refería a la prima de riesgo, el precio extra que España estaba pagando por los préstamos en los mercados, como el “marcapasos” de la crisis. Entonces cada subida del diferencial con la deuda alemana nos costaba un ojo de la cara a los contribuyentes en forma de intereses a pagar a los prestamistas. Aquellos voraces mercados querían cobrar lo que a algunos todavía les sigue sorprendiendo. Entonces, como ahora, cuando las cosas van mal, y falta liquidez para seguir pagando a fin de mes, se vuelve a escuchar aquello que Rodríguez Zapatero y compañía repetían como una oración cada vez que pedían dinero a cambio de nada: “Es la hora de la política”. Los mercados y las instituciones europeas nos valen si “sueltan la tela” sin condiciones, no cuando vuelven a por lo que les corresponde.
En 2021 habrá elecciones generales en España si el Gobierno no consigue aprobar los presupuestos el próximo otoño. La cuesta arriba va a obligar a echar el pie a tierra.. El marcapasos de esta crisis no es la fría cifra de muertos que se recuentan arriba y abajo, volverá a ser la prima de riesgo. No es un “alivio” que el número de fallecidos baje a 400 diarios. Cada muerto es un drama, desde el uno al infinito. No hay más que decir en este asunto de las víctimas del coronavirus salvo reconocer que lo son, como ha hecho en soledad dentro del Gobierno la ministra de Defensa. Las familias y todos los demás tenemos derecho a saber la verdad de cuantos españoles han muerto y en qué condiciones. Y si es posible que lo digan con el afecto y la sensibilidad demostrada por Margarita Robles, la otra mañana en el Palacio de Hielo de Madrid, en nombre de los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas. Robles y el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, harían una buena pareja en un Gobierno de coalición a la alemana.
Las administraciones públicas, el ministerio de Sanidad y los gobiernos regionales, tienen la obligación de contar todo lo que saben. Si al final de esta etapa, como anuncia el socialista extremeño Fernández Vara, han caído todos los dirigentes políticos actuales que sea por decir la verdad, asumir los errores como propios y pedir perdón a las víctimas por la negligencia y la incompetencia que supone que el 15% de los infectados sean quienes tienen el heroico deber de salvar vidas en los hospitales, es decir, el personal sanitario. Sin duda será una honrosa manera de dimitir y desaparecer de la vista. Vivimos en una democracia. Siempre hay alguien que viene después. Al siguiente, otra vez, le volverá a tocar en herencia lidiar con la prima de riesgo.