IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Al PP le falta un pensamiento estratégico. La movilización de la calle va a ser difícil de sostener en el tiempo

Armada ya prácticamente la nueva investidura de Sánchez -de otro modo no se habría atrevido aún a defender la amnistía–, la oposición debería empezar a pensar la estrategia con la que afrontar un mandato presumiblemente largo. Los pronósticos de una legislatura breve son desiderativos y desdeñan la dificultad de derribar un Gobierno una vez formado.

Los socios del bloque sanchista serán conflictivos pero aguantarán como poco dos años, y el tercero lo puede sacar adelante el Ejecutivo con una prórroga del ejercicio presupuestario. Decía Andreotti, un clásico del equilibrio inestable, que el poder desgasta sobre todo al que no lo tiene, y en este caso le va a tocar al PP transitar un período plagado de obstáculos frente a un presidente especialista en trucos publicitarios y decidido a resistir por todos los medios que tenga a mano. Salvado el ‘match-ball’ de julio, lo peor para él ya ha pasado. Humillarse ante Puigdemont sólo será un necesario mal trago.

Así las cosas, a Feijóo está a punto de caducarle el relato del ganador de las elecciones y le llega la hora de abrir otro nuevo, el de la travesía del desierto. Pertrechos no le faltan para recorrerlo: tiene mayoría en el Senado, en una docena de autonomías y en casi todos los grandes ayuntamientos. Lo que falta es un pensamiento estratégico. Las manifestaciones contra la amnistía están teniendo cierto éxito pero esa movilización cívica resultará complicada de sostener en el tiempo, y menos entre una derecha refractaria por naturaleza al activismo callejero. Incluso puede acabar sirviendo para que la izquierda meta miedo. La organización no ofrece de momento signos de nerviosismo interno; con algunos retoques en el núcleo dirigente el líder puede y debe aguantar al menos un bienio. Sería un error mayúsculo que el electorado liberal-conservador reclamase ahora la promoción de un Moreno o una Ayuso que quedarían quemados en un relevo prematuro. La fuerza de los populares está en las instituciones autonómicas, grandes distribuidoras de recursos y prestadoras de servicios públicos, y es a través de esa hegemonía como ha de articular el discurso.

El problema será coordinar toda esa potencia de fuego desde un puesto sin poder efectivo. Conseguir que barones y baronesas actúen de modo sincrónico cuando sus propios intereses sean distintos. El estatus de jefe de la oposición suena muy bien aunque en realidad apenas manda más allá del grupo parlamentario y la sede del partido, y a menudo los `virreyes´ territoriales tienden a preocuparse de sí mismos y a cuidar, como ocurrió con los pactos con Vox, sus predios políticos. Las posibilidades de alternativa dependen de que el PP sepa ofrecer un modelo compacto, identificable, unívoco, cuyo funcionamiento sea capaz de achicar el campo al sanchismo. Torres más altas y más firmes han caído pero hay que empujarlas desde el principio.