IGNACIO CAMACHO – ABC – 24/06/15
· Sugerir que el terrorismo era esencial para la supervivencia del sistema representa una infamia moral y política.
Antes de que su estrategia de asalto al poder les llevase a un discurso elusivo y abstracto sobre el posterrorismo, los dirigentes de Podemos manifestaron con rotunda claridad una inquietante simpatía por el entorno ideológico batasuno. Marcando elemental distancia retórica con la violencia criminal, Monedero, Iglesias y compañía han menudeado en la idea de que ETA y su conglomerado social de apoyo fueron pioneros en la percepción de que lo que ellos llaman «el régimen del 78» –es decir, el sistema de libertades– era en realidad una engañifa, un embeleco, una baratija política.
De esa afinidad conceptual deriva la proclividad a los pactos con Bildu, la sintonía con las reivindicaciones de los presos y la consideración de las víctimas como un grupo de presión retardatario y chantajista. Acusar por ello a Podemos de filoetarra es una enormidad propia del reduccionismo político español. Lo que sí existe es una contrastada analogía entre sus planteamientos de izquierda rupturista y los del radicalismo abertzale en torno al modelo de sociedad y de país. El mismo parentesco que reivindicaban, por cierto, Eguiguren y algunos sectores tardozapateristas del socialismo vasco.
En sus recientes declaraciones a favor del acercamiento de reclusos etarras, Pablo Iglesias volvió a deslizarse por ese correlato relativista al sugerir que el terrorismo armado era «esencial» para la supervivencia del denostado régimen. Opacada por el ruido mediático en torno a la «trágica» (sic) situación de los penados, ha pasado casi inadvertida esta infamia.
Insinuar que la resistencia democrática al delirio totalitario ha sido un factor de cohesión a fin de cuentas conveniente para la supervivencia del sistema y su casta representa una felonía moral y política. Un desprecio superlativo a la mayor tragedia de la España contemporánea y un ultraje prepotente, casi macabro, a un sufrimiento estigmatizado con el sacrificio de 860 vidas. Pensar que contra ETA vivíamos mejor es una aciaga lucubración propia del más desalmado pragmatismo leninista.
Sucede que ya son demasiadas las ocasiones en que los líderes de Podemos se manifiestan en esta línea argumental proclive a la relativización casuística del terrorismo o a su encaje intelectual como parte de un problema político. Tantas que el propio entorno etarra ha detectado en este discurso una convergencia con el suyo propio. El final de la violencia ha restado en efecto centralidad a este debate en el que sin embargo continúa pendiente un relato de justicia, y en esa tensión narrativa el partido de Iglesias tiende a situarse con peligrosa contumacia en el lado más ambiguo o más oscuro. Quizá en esa anuencia residan algunas claves para explicar el fondo de hostilidad, acoso, revancha y encono que late con espontaneidad en el lenguaje extraoficial podemita. Parecen síntomas de una genérica batasunización de la política.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 24/06/15