Como si Azaña no hubiera tenido bastante con sus pecados, de los que hizo expreso arrepentimiento en su elegiaco discurso del 18 de julio de 1938 en el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona, donde imploró “Paz, piedad, perdón”, y los españoles no hubieran soportado a quien no se atuvo a lo dicho en su adiós: “Ningún credo político (…) tiene derecho, para conquistar el poder, a someter a su país”, el expresidente Zapatero se empecina en repetir trágicamente la historia. Bien a base de despreciarla, bien de manipularla, pese a la advertencia del sabio compatriota Jorge de Santayana, quien puso el océano de por medio y americanizó su nombre. Como “relator” del cambio de régimen de Sánchez con comunistas, separatistas y bilduetarras para revestirse presidente, Zapatero da alas a su sucesor para que remate el periplo rupturista que él inició y que hubo de interrumpir abruptamente por la crisis financiera de 2008.
En vez de invocar el pasado lunes en Onda Cero a Azaña para justificar la amnistía a los golpistas del 1-O de 2017 con pareja obscenidad a como blanqueó a Bildu en la COPE en la antesala del 23-J, más le hubiera servido leer con provecho el testamento de quien fue presidente de la II República. Algo que sí hizo la generación de González al hacerse cargo del PSOE tras la Guerra Civil y remozarlo por la vía socialdemócrata de la reconciliación.
En los antípodas, Zapatero añora al PSOE bolchevizado por “No verdad” Largo Caballero que originó aquel averno guerracivilista atrincherando a media España contra la otra media. Lo alienta y acicala entre los países latinoamericanos del Foro de San Paulo y, donde hace unas semanas, Sánchez presentó sus credenciales. No debiera de pillar de improviso en quien dio cuerpo de ley a una “memoria histórica” -un oxímoron agravado por Sánchez con el concurso de Bildu- para ganar la contienda perdida hace noventa años tras naufragar una “República sin republicanos”. Lo contrario supondría pedirle peras a un olmo.
Con su ladina conducta, escoltada con su sonrisa de cimitarra, aquel al que llamaban Bambi evoca una película de la Transición: “¡Arriba Hazaña!”. La adaptación cinematográfica de El infierno y la brisa, novela del gran escritor onubense Vaz de Soto, filma una revuelta escolar en un internado católico contra el férreo sistema carpetovetónico -analogía del franquismo- imperante en sus aulas. Como protesta, los revoltosos pintarrajean un vítor con el nombre de un político detestado por los religiosos por dictar que España había dejado de ser católica y cuyo apellido, en su ignorancia, consignan con hache: “¡Arriba Hazaña!”
Estas Cortes no están facultadas ni legitimadas para tal iniquidad que borraría un grave delito para traspasárselo a quienes persiguieron -del Rey abajo todos- la quiebra del orden constitucional
Así, con el precedente de la amnistía que Azaña prodigó en febrero de 1936 al expresident Companys, apresado por promulgar el Estado Catalán en octubre de 1934, así como a los cabecillas de la izquierda promotora de la Revolución de Asturias, Zapatero defiende que Sánchez haga otro tanto con los sediciosos de 2017. Con memoria interesada, olvida dos datos capitales: esa medida de gracia aparecía como potestativa en la Constitución de 1931, y no en la de 1978 por deseo deliberado de los padres de la Carta Magna que suprimieron esa lenidad, amén de contenerla el programa del Frente Popular de febrero de 1936. Sánchez no sólo no la incluyó, sino que lo refutó por convicción y por imponderable legal, según declaró. Ahora se abre de capa a ello bajo un eufemismo que agaville el voto secesionista. Entrañaría una ilegalidad flagrante y un fraude en toda regla. Estas Cortes no están facultadas ni legitimadas para tal iniquidad que borraría un grave delito para traspasárselo a quienes persiguieron -del Rey abajo todos- la quiebra del orden constitucional.
Al margen de que “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”, que brindó el maestro “Guerrita” montera en mano, tal desafuero añadiría otro incentivo para reeditarlo por quienes protagonizaron tres alzamientos contra la legalidad republicana: 1931, justo el día de proclamarse esta, por Macià; el antedicho 1934 por Companys, quien volvió a las andadas en 1936. Nada nuevo bajo el sol que el president Aragonès persistiera el jueves en el Senado en que la amnistía es punto de salida, no de llegada, al aguardo de una consulta de autodeterminación, sin renunciar por ello a la unilateralidad de antaño y hogaño.
Era tal su enojo que remacha atribuyéndoselo a Negrín: “Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables»
En su intervención de siete minutos, leída la cual marchose y dejó a sus homólogos con la palabra en la boca, Pere Aragonès patentizó que el supremacismo cifra el diálogo en imponer su monologado punto de vista a los demás. Antes de llegar, están diciendo adiós, por lo que es imposible satisfacer a los insatisfechos. A la postre, esto concluyó Azaña con la II República “córpore insepulto”. Lo verificó tras enfrascarse en las Cortes con Ortega y Gasset a cuenta del Estatuto de Cataluña, quien filosofaba que no se “puede curar lo incurable” y que, en consecuencia, el problema catalán “sólo se puede conllevar”. Azaña pronosticaba, en cambio, que la República conjugaría ese particularismo con “los fines generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la República”, por lo que “todas las preocupaciones relativas a la dispersión de la unidad española no están siquiera sometidas a discusión”. Hubo de desdecirse al observar a la Generalidad “encaminándose a una separación de hecho”, según recogió en “La velada de Benicarló” (1939). Pese a tener buen estómago, Azaña no pudo digerir tan cruda realidad.
Es más, cuando a fines de mayo de 1937 encargó al Gobierno de Negrín solventar el pleito, Azaña refiere en su diario las “escandalosas pruebas (…) de hostilidad, de ‘chantajismo’ que la política catalana ha dado frente al gobierno de la República”. Era tal su enojo que remacha atribuyéndoselo a Negrín: “Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco”. No le fue a la zaga el socialista Indalecio Prieto quien fio a Azaña que “Companys está loco; pero loco de encerrar en un manicomio”. Como han deslizado socialistas sobre Torra (el “Le Pen catalán”, Sánchez dixit) o el prófugo Puigdemont, sin relegar al ayatolá Junqueras a los que hoy acaramela. “En todo asunto de importancia -coligió Voltaire-, hay siempre un pretexto que se pone en vanguardia, y una razón verdadera que se disimula”.
En su mendacidad, Zapatero arguye que una amnistía valdría para que la sociedad catalana y la Generalidad se rencuentren con el Estado -no alude al desafecto entre catalanes- tras el yerro que supuso, alega hoy, pero avaló entonces, que el Tribunal Constitucional aboliera en 2010 parte del Estatut de 2006, refrendado en referéndum, si bien con un menor respaldo popular y parlamentario que el de 1979, desatando el “choque de legitimidades” que denunció Montilla antes de ser corrido a gorrazos por los manifestantes que convocó como president.
Hasta que Maragall no emprendió una reforma estatutaria que ni los nacionalistas exigían y que Zapatero se comprometió a aceptar cualquiera que fuere para alcanzar La Moncloa, puerta que le franqueó la masacre islamista de Madrid del 11-M de 2004, no se engendró el “procés”. Al invadir el campo nacionalista, Maragall desencadenó una feroz competencia entre quienes no se dejaron comer el terreno y se radicalizaron hasta su cenit de 2017. La raíz del “procés” -hoy ya proceso español- no fue sembrada por quienes se valieron de la Constitución para frenarlo, sino por quienes lo plantaron para arribar al poder a toda costa. Zapatero y Sánchez, tanto monta, monta tanto, auspician el intento mancomunado por establecer un nuevo régimen que sólo usufructúe la alianza de la izquierda y los soberanistas, impidiendo cualquier alternativa a la derecha del PSOE como en la II República y que esbozó en Cataluña el Pacto del Tinell entre PSC y ERC. Ahí sí se revela un gran azañista Zapatero, pero no en lo que hace al entendimiento y la armonía en Cataluña.
Haciendo que el pasado resulte más imprevisible aún que el futuro, no consta que Zapatero preconizara antes la amnistía, si bien le desveló a Alsina que se lo planteó con el bilduetarra Arnaldo Otegi, pero que no lo precisó porque el fin de ETA fue “dialogado”. No fue así del todo con quien ensalzó como “hombre de paz” y que, según sus antecedentes policiales revelados por la periodista Leyre Iglesias en El Mundo, estaría implicado en seis secuestros [por otros tres fue juzgado] y un asesinato, amén de múltiples robos de explosivos y de otros bienes por los cuales no ha sido enjuiciado. De facto, Zapatero le dispensó una amnistía solapada a Otegi al no indagar sus crímenes y al no garantizarse, como era preceptivo por parte del ministro Marlaska, que los etarras, para recibir beneficios penitenciarios, rogaran perdón y aclararan crímenes sin averiguar, como los del jefe bilduetarra.
Al escucharlo, Otegi soltó en perfecto español: “Me parece increíble, ¿pero esto lo sabe Conde Pumpido?”, a la sazón Fiscal General del Estado, quien se cobraría luego la cabeza de Fungairiño
Por las vueltas del destino, el otrora juez en ejercicio fue testigo de un lance que marca el signo de los tiempos. Cuando ejercía como magistrado juez de la Audiencia Nacional, Marlaska tomó declaración el 25 de mayo de 2005 a Otegui en el curso de un sumario sobre la supeditación de HB a ETA y en torno a la financiación terrorista a través de las Herriko Tabernas de HB. En la vistilla, el fiscal Jesús Alonso, con el plácet del fiscal jefe Fungairiño, reclamó su prisión incondicional. Al escucharlo, Otegi soltó en perfecto español: “Me parece increíble, ¿pero esto lo sabe Conde Pumpido?”, a la sazón Fiscal General del Estado, quien se cobraría luego la cabeza de Fungairiño.
Otegi se sentía traicionado y avisaba de que su encarcelamiento interferiría los tratos con Zapatero. Pese a ello, el hoy ministro de Interior de un Gobierno que sostiene Bildu ratificó la solicitud fiscal por su reiteración y por riesgo de fuga del protegido de Pumpido para quien el vuelo de la toga de los fiscales no debía eludir el contacto con el polvo del camino. Este ya acreditó su papel de doméstico del Gobierno socialista contra un Marlaska del que se burló, junto al ministro Rubalcaba, en el caso del Bar Faisán. Fue patente su pasividad ante el chivatazo oficial a un alto cargo a ETA contra la operación judicial para liquidar la red de extorsión criminal al otro lado de los Pirineos.
En este enredijo, Otegi está en el puesto de mando del Estado y Pumpido es dueño de un TC sobre el aforismo: “Usted se equivoca jurídicamente porque su causa es políticamente minoritaria”. Ante la deriva del jurista de La Moncloa, Pumpido -valga una hipérbole que se debilita por días- vendría a ser a la independencia del TC lo que el trencilla Negreira a la imparcialidad arbitral. Declina de su deber ante colegas tachados de juristas de salón y de legos en su voto particular contra la inconstitucionalidad de los estados de alarma de Sánchez.
De ahí que haya que inscribir en el arte del disimulo sus palabras de toma de posesión de que “la Constitución no permite ni la secesión, ni la independencia, ni la autodeterminación”. Lo exteriorizó luego de que su compañera de la “mayoría progresista”, María Luisa Segoviano, afirmara que la autodeterminación “se tiene que estudiar sin miedo a ningún planteamiento”. Por eso, cuando Zapatero grita “¡Arriba Hazaña!”, sin la inconsciencia de los escolares de la película, a una dormida opinión pública puede acaecerle lo que al confitero de Larra que se despertó exclamando: “¡Mi opinión, sí, mi opinión, señores, es que Dios nos asista!”. No es para menos teniendo en cuenta quienes tutelan la nación y como la pierden.