Olatz Barriuso-El Correo
- El reparto de culpas sobre las malos resultados electorales y el apoyo a Pedro Sánchez en Madrid precipitaron el distanciamiento entre Gobierno y partido, un clásico en el PNV
Esta es una situación como la de Carlos Garaikoetxa en el 84», se duele un veterano militante del PNV, que revive hoy, preocupado, aquellos días convulsos de diciembre de hace 39 años, en los que Garaikoetxea fue apeado forzosamente de la Lehendakaritza -le sustituiría José Antonio Ardanza- después de que la afiliación revocase una propuesta del EBB que le exigía someterse a la disciplina de partido para ser de nuevo candidato. El choque con Xabier Arzalluz fue el germen de la escisión que daría lugar a Eusko Alkartasuna en el 86.
Un desgarro interno tan brutal como traumático en sus consecuencias que no resulta comparable con el mar de fondo en la formación jeltzale que ha dejado al descubierto la decisión del EBB de prescindir de Iñigo Urkullu, adelantada en exclusiva por el CORREO este viernes, apenas unas horas después de que Andoni Ortuzar, acompañado por los presidentes de los consejos territoriales (Itxaso Atutxa y Joseba Egibar entre ellos), se lo comunicase en una reunión en Vitoria convocada a iniciativa de los burukides.
El líder del Euzkadi buru batzar acababa de regresar de Madrid donde se codeó el miércoles por la noche con la cúpula empresarial en la fiesta de ‘El Economista’. Ya el jueves, entrevistado por Carlos Alsina en el plató de ‘Onda Cero’, aseguró: «Tenemos un procedimiento muy tasado. Primero tenemos que hablar con el lehendakari. Se ha hecho siempre así, es una conversación (…) sobre cómo se ven las cosas, se hace un diagnóstico de situación y, a partir de ahí, esa comisión del partido habla con toda la ejecutiva y de ahí salen las decisiones».
Tras la reunión en Vitoria el jueves, el EBB quería escenificar el lunes una transición pactada y pacífica
La decisión de proponer a las bases que ratifiquen la candidatura a lehendakari de Imanol Pradales Gil estaba, sin embargo, tomada desde antes, bastante antes de que Ortuzar emprendiera el camino de regreso a Euskadi desde la capital. La tardanza en anunciarlo, y las especulaciones cada vez más desbocadas que eso suscitaba, tenían que ver con la división de opiniones que una apuesta de tanto riesgo -cambiar de capitán en mitad de la tormenta- generaba entre los burukides. Había vértigo, obsesión por manejar los tiempos y afán de escenificar una transición pacífica, ordenada y pactada con Urkullu. Tenía que ser este lunes 27. Pero nada sucedió como había planificado Ortuzar, que ayer se vio obligado a alterar el guion previsto y adelantar atropelladamente el anuncio de la candidatura del todavía diputado foral. Lo hizo, tras convocar en sábado una reunión extraordinaria del EBB, con un vídeo en solitario grabado en Sabin Etxea aliñado con la denuncia de las «filtraciones sesgadas e interesadas» que tienen, a su juicio, el propósito de «mediatizar e interferir» en la vida interna del partido. La intención del EBB, según las fuentes consultadas, era escenificar el relevo con la participación de Urkullu, una fotografía que ya no se dará y que nunca se sabrá si hubiera podido darse -es decir, si él se hubiera prestado-, de no haber saltado la noticia.
Lo que sí se sabe es que entre Carlos Garaikoetxea e Iñigo Urkullu sí hay, pese a las evidentes diferencias, algunas similitudes que captan al vuelo los jeltzales pata negra, más allá de que la salida abrupta de los lehendakaris en términos no precisamente amistosos con el EBB es un clásico ya de la historia de la bicefalia jeltzale. El sistema funciona, sí, pero también genera compartimentos a menudo estancos (gobierno y partido) que acaban chocando. Pasó con Imaz e Ibarretxe, un vendaval que pudo haber fracturado la sigla y que la llegada de Urkullu al EBB frenó, aunque, como reconocería más tarde el aún lehendakari a la fallecida periodista María Antonia Iglesias, tenía que hacer «actos de fe» para mantener una mínima cohesión interna ante un Ibarretxe desbocado.
Es, precisamente, que ambos fueran cocineros antes que frailes, es decir, presidentes del EBB antes que lehendakaris, lo que tienen en común Garaikoetxea y Urkullu (Ardanza e Ibarretxe no lo fueron). En el caso del actual jefe del Ejecutivo vasco, también líderó el Bizkai buru batzar y fue destacado miembro del clan de los ‘jobuvis’ (jóvenes burukides vizcaínos). Basta repasar quiénes formaban ese grupo de ‘cachorros’ que acabaría tomando el poder -Andoni Ortuzar, Joseba Aurrekoetxea, Koldo Mediavilla y Aitor Esteban, entre otros- para entender lo que, en términos internos, representa la salida de Urkullu, al que algunos ven defraudado por quienes fueron su entorno cercano y por la forma en que se han precipitado los acontecimientos.
Las señales estaban ahí pero les faltaba contexto. Por ejemplo, era fácil intuir que la foto de Ortuzar con Puigdemont en Waterloo no pudo ser plato de buen gusto para un Urkullu que jamás volvió a cruzar palabra con el expresident desde que el hoy amnistiado traicionó su confianza y faltó a su palabra de convocar elecciones en Cataluña tras el 1-O. Pero, según algunas fuentes, el lehendakari se enteró a la vez que el resto de los mortales, al enviar el PNV la imagen a la Prensa de la visita. Más ejemplos: la manera en que los burukides ignoraron su propuesta de convención constitucional, que sí tuvo eco mediático, mientras cerraban la pinza con Junts. El encontronazo con Itxaso Atutxa por la fecha de las elecciones mientras Urkullu estaba de viaje oficial en Japón.
Gestos que ahora cobran más sentido y que han dejado un regusto amargo en parte de las bases, lo que abona la duda razonable de que puedan plantear batalla y proponer a Urkullu frente al aparato una vez arranque el proceso. Nadie cree, sin embargo, que el aludido no frene esos movimientos, de producirse. También se descarta que juegue con la convocatoria electoral, pese a que la prerrogativa de disolver la Cámara es suya. «Es un hombre de partido, jamás hará nada que perjudique a la sigla».
Está por ver si las bases proponen el nombre de Urkullu contra el de Pradales en el proceso interno
Pero el distanciamiento entre Ajuria Enea y Sabin Etxea es real y hay dos razones de fondo que lo explican: la atribución de responsabilidades en los batacazos electorales de mayo (86.000 votos menos) y julio (100.000) y las discrepancias de criterio a la hora de enfocar la relación con Pedro Sánchez y sus consecuencias para el partido. En el primer apartado, a Urkullu se le reprocha que le faltara ‘pegada’ para reaccionar a la desafección que en el electorado terminó provocando su gestión, sobre todo por el desgaste que supuso la crisis en Osakidetza. Sus propios socios del PSE, y también quienes eran abiertamente partidarios de que continuara, echaron en falta una reacción audaz, incluso una crisis de gobierno con cambio de caras, que frenara la sangría.
Un «vacío» en Euskadi
Pero en su entorno las cosas se veían de otra manera. Siempre cundió la sensación de que la cúpula del partido estaba volcada en Madrid y le había dejado solo. Que existía un «vacío» en el relato político del PNV en Euskadi que Urkullu tenía que llenar por su cuenta, mientras se seguía apostando por apoyar a Sánchez y por integrarse en el bloque de la investidura en el que también estaba Bildu, el principal competidor. El lehendakari estaba convencido de que los «incumplimientos» de Moncloa hacían mucho daño al partido, que se había quedado sin capacidad de presión, y dejaban al Gobierno vasco en una situación comprometida por ejemplo para reclamar unas transferencias que nunca llegaban.
Urkullu siempre tuvo dudas sobre la estabilidad de un segundo Gobierno de Sánchez y sobre lo que podía ganar el PNV en esa operación. Compartía la línea roja de aliarse con un PP enlazado a Vox, pero veía otras posibilidades distintas al respaldo cerrado a Sánchez. No por casualidad tildó de «franca y provechosa» para el futuro su conversación de media hora con Feijóo en agosto. Seguía en una posición más intermedia, quizás una abstención, que diferenciara al PNV del resto de socios de PSOE y Sumar y le acercara más a su posición histórica de no casarse con nadie en Madrid. Una posición que podría abrir quizás otras posibilidades, si el PP engullía a Vox y dejaba de necesitarle, que podrían traducirse en una tajada millonaria para el PNV. Todo eso demuestra que Urkullu tenía el ánimo de seguir. De reivindicarse. Se habría jubilado de la política con 66 años. Pero nada salió, tampoco para él, como esperaba.