Lo deseable habría sido que la cúpula del PP se hubiese reunido a más tardar mañana viernes. Máxime porque, como decíamos ayer, las demandas de Rivera nos parecen muy aceptables y, en general, adecuadas para la necesaria regeneración democrática del país. Y, por ello, puesto que todo apunta a que los populares las asumirán, cuanto más pronto se supere este trámite antes se sentarán los equipos negociadores de PP y Ciudadanos para discutir medidas concretas de cara a la investidura y una razonable estabilidad de legislatura, que es lo que demandan ya los españoles. En este sentido, también hubiera sido bueno fijar ya una fecha para la primera sesión de investidura. No acertó Rajoy al vincularla a lo que diga la Ejecutiva de su partido el miércoles por cuanto es una cuestión que le compete exclusivamente a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, lógicamente consensuándola con él. Establecer ya la fecha desactivaría además la estrategia de buena parte de los partidos del arco parlamentario que justifican su inacción arguyendo que en el horizonte no hay aún ninguna investidura convocada.
Dicho esto, detrás del tacticismo de Rajoy a nadie se le escapa que hay un nuevo intento de forzar al líder del PSOE, Pedro Sánchez, a mover ficha. Algo cargado de lógica. Porque, como volvió a recordar el presidente en funciones, si los socialistas no asumen su responsabilidad y se mantienen en que «no es no», los esfuerzos de acercamiento y diálogo entre el PP y Ciudadanos son estériles, puesto que las cuentas no salen. Rajoy fue explícito al señalar que ni siquiera con un hipotético apoyo del PNV –una fórmula que la dirección del PSOE desliza a modo de argumentario diario– se alcanzaría la mayoría absoluta. Los escaños son los que son. Y la abstención socialista se antoja imprescindible para permitir la investidura de Rajoy y evitar el escenario más indeseable de los posibles, el de unas terceras elecciones. A día de hoy eso lo sabe cualquier ciudadano. Y por ello se entiende que desde Moncloa se confíe en que el paso de los días haga entrar en razón a Pedro Sánchez y su equipo, sobre todo ahora que Ciudadanos ya ha abierto la puerta a votar sí.
La presión ha aumentado sobre Ferraz, como cabía esperar. Porque la estrategia de Sánchez le resulta incomprensible a muchos barones y agrieta al partido. No le falta razón a Felipe González, quien calificó el paso dado por Ciudadanos el martes como «un acto de responsabilidad política». Sin duda lo es. Pero provoca tristeza que sea visto como un gesto excepcional cuando lo que cabe exigir a cualquier partido –no digamos ya al PSOE, que ha gobernado España 21 años y aspira a volver a hacerlo– es que anteponga los intereses generales a los partidistas.
Por lo tanto, si hasta el próximo 17 los populares tienen tiempo de reflexionar sobre las condiciones de la formación naranja, lo exigible es que se produzca también algún movimiento interno en el PSOE que acabe con el actual inmovilismo. Los líderes socialistas repiten con insistencia que «el reloj de la democracia» tiene que echar a andar. Pues bien, deben ser conscientes de que el reloj está en marcha. Sólo la investidura y la formación de Gobierno a finales de agosto o, a más tardar, a primeros de septiembre daría tiempo necesario para que se apruebe el techo de gasto y se remita al Congreso un proyecto de Presupuestos. Algo imprescindible, entre otras cosas, para cumplir nuestros compromisos con Bruselas. El tiempo político no lo debe marcar hoy ningún dirigente; lo imponen las necesidades inaplazables del país.