El sistema de financiación autonómica es un intrincado laberinto que estuvo mal diseñado desde un principio y que, según pasaba el tiempo, se complicaba más y más de acuerdo con las urgencias políticas del momento y de la capacidad de presión de las distintas autonomías. Pedro Solbes le llamaba el ‘sudoku’ y no le faltaba razón. El mero hecho de que existan 17 comunidades, siete de ellas uniprovinciales, configura un modelo de imposible manejo. Máxime cuando los egoísmos particulares han primado siempre sobre la sensatez y el rigor técnico, y las reclamaciones particulares han desoído las mínimas exigencias de solidaridad. Por eso, cuando se plantea cualquier cambio nadie analiza su bondad general, sino que todo se resume en calcular si me proporciona más ingresos, y entonces lo apoyo, o los merma, en cuyo caso lo rechazo.
El Gobierno ha pateado el escenario fiscal con una serie de nuevos impuestos a las compañías energéticas, la banca y los grandes patrimonios (como ve, a todos los ogros que oprimen a las clases medias y trabajadoras) que, como era de esperar, ha desatado las ansias recaudatorias autonómicas. En lugar de evaluar su contenido y sus resultados eventuales o procurar la mejora técnica de la redacción de las nuevas figuras, todos los grupos parlamentarios que apoyan y sostienen al Gobierno -cada cual con sus particularidades regionales-, han olido sangre y se han lanzado a ‘pillar cacho’.
Nada menos que 3.000 millones es el tamaño del botín. Todo ello agravado por las peculiaridades forales que despiertan la envidia, cuando no el escándalo, del resto. Un resto en el que se mezclan los que tuvieron la oportunidad de compartir el sistema foral y no quisieron asumir las desagradables consecuencias que conlleva ocuparse de la recaudación, como las que nunca disfrutaron de semejante oportunidad. Contando con el régimen del Concierto y con el peso de sus votos en el Congreso, era evidente que el PNV iba a reclamar su parte del tesoro, compuesto tanto por el huevo de la recaudación como por el fuero de la normativa.
En el fuero el Gobierno cederá ante el PNV pero no ante los demás, salvo que se haya vuelto loco, que es una eventualidad a no descartar del todo, pero en el huevo lo hará con sencillez a poco que le aprieten. Castigar a los ogros da réditos, negarse a repartir lo recaudado con las autonomías sería un nuevo motivo de enfrentamiento.
Quedan aún varios capítulos por conocer. Entre ellos, la respuesta de las comunidades regidas por el PP, que aún no han dicho su última palabra. La dirán, no lo dude.