ABC-IGNACIO CAMACHO

Sánchez quiere un proyecto a largo plazo y le conviene instalar en él a la extrema izquierda para achicarle el campo

EL Gabinete monocolor tiene cada vez más pinta de ser el (pen)último fake de Pedro Sánchez, un hombre para el que la verdad está sobrevalorada, por decirlo de una manera suave, y en todo caso le parece contraproducente en vísperas electorales. Sólo es sincero cuando miente, que es su forma natural de conducirse y de expresarse. La realidad es que con 123 diputados no tiene modo de armar un Ejecutivo estable, y aunque compartir el poder no le gusta a nadie sólo el pacto con Podemos le garantiza la mínima consistencia para afrontar la legislatura completa que tiene por delante. Pero el partido morado no puede seguir al raso mucho más tiempo sin sufrir un serio desgaste: necesita presupuesto y cargos con los que estimular a sus militantes. Por tanto, ambos partidos marearán la perdiz hasta las elecciones del 26 y a partir de junio negociarán sobre la base de los resultados globales. En ese mercado de cotizaciones variables, el apoyo de Iglesias valdrá más o menos según el número de autonomías y ayuntamientos en los que sea determinante.

De un modo o de otro, la lógica infiere que habrá presencia de los neocomunistas en el próximo Gobierno. Lo que se está empezando a discutir, o a concertar, es la forma y el precio. La fórmula que más gusta a Iglesias es, evidentemente, la de la coalición convencional que incluya ministerios, sin descartar la creación a su medida de algún departamento nuevo. El presidente, sin embargo, prefiere incrustar a sus socios en el organigrama intermedio: secretarías de Estado, empresas públicas y organismos oficiales diversos con amplia capacidad de reparto de puestos. Y existe una tercera posibilidad que es la del nombramiento para algunas carteras de independientes en la órbita de Podemos. Esto por el momento; el balance final dependerá de la imaginación de las partes para encontrar soluciones que engrasen el acuerdo. Antes tendrán que ocuparse de la Mesa del Congreso, en la que las fuerzas nacionalistas reclamarán un papel y un hueco.

Cierto es que los socialistas podrían aguantar el pulso y gobernar en solitario; la extrema izquierda y el separatismo no pueden permitirse tumbar al candidato. Pero ya no se trata de un mandato provisional, de mero escaparate, que a duras penas resultó sostenible con 85 escaños. Sánchez quiere un proyecto a largo plazo, con un soporte legislativo sólido, y le conviene integrar en él a la extrema izquierda para achicarle el espacio. El aparato burocrático gubernamental es muy ancho y dispone de sitio sobrado. En sus planes, en cambio nunca ha figurado el entendimiento con Ciudadanos, otro cebo electoral para votantes incautos. Eso puede darse en algunas regiones, como Castilla-La Mancha o Extremadura, pero no a escala del Estado. Sea cual sea el tipo de alianza o de acomodo que cuaje, espera un modelo frentepopulista de cuatro años. Toca disfrutar de lo que hemos votado.