ABC – 05/06/15 – DAVID GISTAU
· A Pablo Iglesias sólo le falta visitar el palco del Bernabéu para traicionar todas sus imposturas estéticas.
El voto es delegación. Y la delegación proviene de la confianza. Comprendo que, al estar averiada la confianza, la disposición a delegar del votante sea menor, y que por eso quiera enterarse de lo que se dice hasta en las reuniones privadas que los políticos han mantenido siempre. ¿Pero de verdad hay que exigir que se transparenten tanto? Por ejemplo. Díganme qué posibilidades tiene de ingresar en el memorial de la alta política el relato siguiente. Pedr Snchz y Pablo Iglesias comieron tortilla y pescado. Antes, compartieron una ensalada. Pablo Iglesias le dijo a Pedr Schz jo, tío, cómo te cuidas. Luego hablaron de baloncesto, de Estudiantes y de la NBA.
Ustedes no sé, pero todo esto yo no necesitaba saberlo. Como tampoco me importa saber si Paris Hilton desayuna por las mañanas zumo exprimido o algún cereal que favorezca el tránsito intestinal. Se supone que estamos contemplando maniobras políticas tan trascendentales y refundadoras como las de la Transición, y resulta que lo que trasciende es de una banalidad tan superlativa como la que podemos encontrarnos en los reportajes de Chabelita de compras por Londres. Si la confianza y la delegación fueran mayores, podríamos atenernos a lo que Clausewitz dijo de las leyes y de las salchichas y así ahorrarnos estos «shows» de la nada protagonizados por personajes que no son interesantes. Schz no lo fue nunca. Iglesias dejó de serlo cuando se ahormó en la rutina del socialdemócrata profesional adoptando hasta las muletillas neutras, eufemísticas, de la jerga política. Que cenaron pescado, como para abrir a cinco columnas.
Y mira que crearon expectativas. Como la de anunciar que se reunirían en un «lugar neutral», lo cual evocaba algo tan emocionante como el encuentro clandestino en un galpón de los Gambino y los Lucchese. A Pablo Iglesias sólo le falta visitar el palco del Bernabéu para traicionar todas sus imposturas estéticas. Para completar su disolución en la casta, que es donde siempre quiso estar. Como está adornado por esa aureola nazarena de profeta, aún logrará que sus devotos encuentren un pretexto para cada renuncia ejecutada con cinismo.
Pero ahí está el hombre, disfrutando del prestigio de lo secreto, de lo cenacular, de lo tan madrileño por intrigante, después de haberse referido a los «reservados de los restaurantes» como uno de esos lugares que jamás pisaría porque en ellos se agazapan los vicios de la casta. Iba a entrar para expulsar a los mercaderes. Iba a entrar como los barbudos de Castro entraron en los casinos de Meyer Lansky, para vaciarlos. Y al final entró para tomar posesión de un estatus, para llenar con sus propias posaderas el hueco dejado por la socialdemocracia menguante del PSOE y por el comunismo extinguido de IU. No importa el cinismo. Lo que importa es hacer este esfuerzo y orear la seductora palabra «secreto» para que luego todo sea tortilla y baloncesto y el descubrimiento mutuo de unos tíos «muy majos».
ABC – 05/06/15 – DAVID GISTAU