Iñaki Ezkerra-ElCorreo
- No paso por que me pongan la cursilería como ejemplo de convivencia y modelo ético
El respeto se ha convertido en una palabra recurrente en el guiñol político. Zapatero le ha pedido respeto a Felipe González por sus críticas a Sánchez a la vez que ha defendido las cartas de este a la ciudadanía, que son un alarde de falta de respeto al Estado democrático de Derecho, a la Justicia, a la verdad, al pudor y a la propia inteligencia. Zapatero no es el único que en este país tiene del respeto una peculiar concepción, más atenta a la forma que a las cuestiones de fondo. La sindicalista Afra Blanco, sin ir más lejos, ha elogiado, como un modelo a imitar, las exteriorizaciones de cariño entre Borja Sémper y Yolanda Díaz, esas fotos reincidentes y melosas en las que ella le pone al político del PP las manos en la cara al más puro estilo Rubiales mientras él le corresponde con una almibarada y beatífica sonrisa que la mayoría de los mortales solo reservamos para nuestras parejas, nuestras tías octogenarias o nuestras amigas del alma.
No. No seré yo quien se sorprenda ni quien se escandalice ante ese tipo de efusividades extemporáneas. De sobra sé que la cursilería no tiene límites. Pero por lo que no paso es por que me la pongan de ejemplo de convivencia y modelo ético. Se puede ser muy respetuoso sin necesidad de someterse a esa mala experiencia de sentir el aliento y las manos ensortijadas de Yolanda Díaz en el careto. Se puede y se debe mostrar todo el respeto del mundo al adversario político empezando por eso, por reconocerlo como un adversario, y no como un enemigo a sacar fuera del espacio público al precio que sea, que es lo que exactamente Yolanda Díaz hasta la fecha ha defendido en su discurso y su programa ideológicos. A uno de poco le serviría que le sobeteen los papos mientras le están negando su derecho a existir políticamente. Eso es lo que se hace con los perritos y los gatitos: se les acaricia, pero se les niegan los derechos de las personas. De nada me serviría que una señora se haga conmigo la pariente que no es mientras está denominando irrespetuosamente de antidemocráticos, de mentirosos y de ilegítimos a mi partido, a mi jefe de partido, a mis compañeros, mi discurso, mis justificadas denuncias y mi proyecto ideológico, que se mueven escrupulosamente dentro de los límites de la legalidad constitucional.
Borja Sémper tiene derecho a ser todo lo cursi que él quiera y a dejarse sobar a gusto por la representante de un Gobierno que no ha dejado de manosear y zarandear a todas las instituciones del Estado. A uno es este respeto de fondo y no solo de forma el que le preocupa y el que piensa que hay que mantener. Más aún, cuando ese respeto no existe, el otro, el del sobeteo exhibicionista y epidérmico, me parece un falta de respeto, una humillación y un recochineo.